La política local se ha convertido en un círculo vicioso que asemeja un tobogán cuya rampa final conduce irremediablemente al desencanto. Lo mejor que se puede celebrar en estos tiempos en una ciudad adormecida en el epicentro de una vorágine letal como Sevilla es que a los ciudadanos no les dé por acudir a los plenos municipales. De hacerlo, las estadísticas del desapego de la ciudadanía hacia los políticos se dispararían de tal forma que las autoridades de protección civil se verían obligadas a recomendar un desalojo permanente del Salón Colón del edificio consistorial.
Decía
Manuel Chaves Nogales de la ciudad que lo vio nacer que Sevilla es “una ciudad
que se contradice y modifica a cada paso, cambiante de manera permanente a los
ojos de quien la recorre”. Está máxima también es aplicable a día de hoy a sus
representantes políticos.
Tres
años y un trimestre después de aquellas elecciones que auparon a Zoido a la
alcaldía con la propulsión de sus inéditos veinte concejales, el regidor anda
inmerso en el papel del Monteseirín que se resistía a abandonar el sillón en el
que había descansado sus posaderas los últimos doce años.
Por
otro lado, como si de un ciclo bíblico se tratara, el jefe de la oposición,
Juan Espadas, ejerce de Zoido por los barrios, haciendo balance del trienio, en
una réplica casi exacta de la campaña electoral permanente que le dio la
victoria al popular. Era lo previsible dado el elevado índice de promesas que
incluía el programa electoral y que, a día de hoy, buena parte de ellas aún
permanecen incumplidas.
A
ello hay que añadirle la ausencia permanente del Alcalde del debate político
municipal. Zoido casi no interviene en los plenos y deja el insufrible peso de
la defensa de sus decisiones en manos de sus delfines Bueno y Vílchez. El
eludir el cuerpo a cuerpo y refugiarse tras su amplísima mayoría absoluta se ha
convertido la estrategia principal del regidor para afrontar las próximas
elecciones.
La
mayor parte de su tiempo lo dedica a la ya manida de tanto usarse “micropolítica”,
—hacerse la foto en todo lo inaugurable— y al anuncio de proyectos grandiosos
de cuanto menos dudosa ejecución. Es lo más parecido hasta hoy de aquel anuncio
magno mediante el que predijo lo de “levantar la Sevilla deseada”, que viene a ser
la misma metáfora onomatopéyica que el “acontecimiento histórico para el
planeta” de Leire Pajín para referirse a la coincidencia de la presidencia de
Obama con la de Zapatero al frente de la UE.
La
verdadera paradoja de todo esto se produce los viernes de los plenos en Plaza
Nueva. No ha habido uno en todo el mandato que no se haya visto acompañado del
eco coral de protesta llevada a cabo por algún colectivo indignado. En fin todo lo habido y por haber desde el de
la toma de posesión hasta el último del mes de junio pasado.
Por
allí han pasado las orquestas sinfónicas del 15M, los empleados del
Ayuntamiento de diferentes servicios públicos, los trabajadores y trabajadoras
de empresas adjudicatarias de variados servicios al ciudadano, los
colaboradores sociales jubilados del consistorio, la policía local, los
bomberos, y un sin fin más. Eso por no hablar de las manifestaciones y
concentraciones varias que se han producido a lo largo del mandato. Es como un
detallado plano sonoro del estado real de la ciudad.
Mientras
tanto, en la sala capitular, se emplea el tiempo en discutir sobre lo que hizo
o no Montesirín. El Alcalde anterior como referente, mal asunto se mire por
donde se mire. Zoido —léase Bueno y Vílchez— esgrime la herencia recibida más
de tres años después de ser investido como responsable de la ciudad. Mientras,
la oposición hace defensa numantina de lo salvable —en lo demás no entran— de
los mandatos pasados en coalición. El mejor indicio de la ausencia de futuro es
mirar de manera permanente al pasado.
Puede
que algunos encuentren justificación a este tipo de comportamientos en la atroz
crisis que nos azota. Lo cierto es que, parafraseando a Carlos Mármol, que
estamos condenados “a evaluar la gestión de quien ganó las elecciones por lo
que iban a hacer quienes las perdieron”.
Mientras,
la realidad sigue su curso y no puede ser más asoladora. La ciudad eterna languidece para
afrontar otro verano azotado por el calor y la lacra del paro. Un camino
tortuoso que sólo tiene como meta la desesperanza.
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