Cada vez que se produce un acto
en la vía pública que tiene alguna posibilidad de acabar en altercado y es
necesaria la intervención policial se repite el mismo patrón. Los
antidisturbios de la ciudad parecen empeñados en reclamar para sí todo el
protagonismo y con tal de conseguirlo son capaces de hacer cualquier cosa,
incluso el más espantoso de los ridículos.
El viernes pasado, durante las
concentraciones a favor de monarquía y república que se produjeron a la misma
hora en la Plaza Nueva de Sevilla, y en los momentos en que el cruce de
insultos entre ambos frentes incrementó un punto la tensión, a los antidisturbios de
turno no se les ocurrió otra cosa que dedicarse a identificar a los periodistas
que allí se encontraban para cubrir el evento. El mayor problema de lo que allí
ocurría era la prensa.
El que las fuerzas de orden
público, que tienen la responsabilidad de controlar a dos grupos contrarios
situados a unos escasos diez metros uno de otro y con menores en sus filas,
centren su atención en los profesionales que se dedican sólo a realizar su
trabajo ya es sintomático. Es un excelente termómetro de lo que está pasando.
Los poderes de este país están más preocupados por lo que se cuenta que por lo
que ocurre en la calle.
Lo que suceda es secundario, lo importante
es que se cuente como ellos quieren que se haga. El pacto institucional de los
grandes conglomerados mediáticos del país tiene que surtir efecto al precio que
sea. Y cualquiera que se salga de esos patrones es un enemigo a combatir. Los
últimos casos de censura que se han dado con respecto al tratamiento
informativo de la abdicación del Rey son prueba de ello.
Por eso el mando de
turno que ordenó identificar a los periodistas ante la posibilidad de un
enfrentamiento encajaba perfectamente en dicho patrón. Lo verdaderamente
importante en aquellos momentos no era que dos grupos contrarios pudieran
acabar a tortas en cualquier momento, sino que aquellos individuos cargados de
cámara y cables lo contaran tal cual para que se pudiera enterar la gente.
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