Un escrito firmado por 38
periodistas en apoyo a Ricardo García Vilanova, Javier Espinosa y
Marc Marginedas
Siria
es el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo. Desde el inicio
de la guerra, más de 55 informadores han sido asesinados y cerca de 40
secuestrados o detenidos. Desde que el ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante)
–grupo vinculado a Al Qaeda– apareció en escena en el último medio año,
informar sobre el terreno es prácticamente imposible. Los periodistas no somos
bienvenidos, como ellos mismos han manifestado a través de diferentes redes
sociales y medios de comunicación.
Ricardo
García Vilanova, Javier Espinosa y Marc Marginedas eran conocedores de todos
estos peligros y asumían el riesgo que corrían. No por ello dejaron de viajar
al país árabe para seguir informando. Cuando el mundo desconocía lo que ocurría
dentro de Siria, ellos decidieron adentrarse donde ningún occidental había
llegado, aún a sabiendas de que estaban poniendo en riesgo su propia vida. En
ese momento, el régimen de Bachar Al Assad perseguía a todo aquel que informase
sobre lo que acontecía. Lo siguieron haciendo cuando las amenazas provenían del
bando rebelde hoy fragmentado en numerosas facciones, algunas de ellas
pertenecientes a Al Qaeda. No son militantes, son periodistas que creen en algo
tan necesario como cada vez menos común en este oficio de contar historias:
estar en primera línea, en el lugar donde suceden las peores cosas de una
guerra. Los tres representan el compromiso, la honestidad y el rigor. Unos
valores en decadencia en nuestra profesión.
Hoy,
su actitud y ejemplo, se han vuelto del revés. Hoy toca convertirles en
protagonistas para que alguien entienda que con ellos se han equivocado, que no
son espías. Que son sólo periodistas. O para explicarle a quienes los tienen,
que los secuestros no sirven más que para correr un velo negro sobre lo que
sucede en el terreno. Que tras su secuestro, nadie querrá ir allí a entender lo
que sucede.
Todos
ellos tenían instinto de reporteros. Periodismo en vena más allá de trabajar
para la plantilla de un medio –caso de Marc para El Periódico o Javier para El
Mundo- o ejercer como freelance. Ricardo, a pesar de no contar con ningún aval
y de tener que lidiar a diario con la tendencia hiperprotectora con la que los
medios gestionan sus encargos, siguió haciendo coberturas sin esperar a que se
las solicitasen. Sólo entendía la noticia donde suceden las cosas y la vivía de
cerca, desde dentro, siempre pegado a su gran angular. Al margen de intereses
corporativos o políticos.
En
uno de sus primeros viajes a Siria, Ricardo recibió una misión por parte de una
anciana de Sermen. Su nieto de 15 años acababa de morir por el disparo de un
tanque del régimen. Mientras lo enterraba, entre lágrimas, tomó las manos del
fotoperiodista. Se las besó y le pidió: “Cuenta al mundo cómo nos están
matando”. Desde ese día, cada vez que pulsa el botón, lo hace para devolver un
trocito de vida a quienes viven rodeados de muerte.
Los
que conocemos a Ricardo, sabemos que no va a gustarle nada todo este revuelo.
Es un tipo discreto hasta la extenuación. No protesta; no critica; no dice
nunca una palabra de más. Sólo actúa. Y lo hace con una fotografía tan
subjetiva y extrema, que ante ella no se puede pasar página. Te obliga a
detenerte. A observar y pensar. Dicen que los artistas se alimentan del
aplauso. Ricardo es un artesano. Un pintor de historias. En sus fotografías,
cinceladas con una sensibilidad fuera de lo común, se escuchan los llantos, se
oyen las bombas, se huele la sangre y se encoge el alma. Hombre de pocas
palabras, poco dado al espectáculo del valor y el reconocimiento, puede decirse
que es la antítesis de la modernidad.
Plácid
García Planas, compañero que ha tomado muchos cafés en las terrazas de
Barcelona con Ricardo, nos lo dijo al principio de todo esto: “Ricardo es tan
buena persona que no parece periodista”. Quizá por eso acabó haciendo tan
buenas migas con Javier Espinosa y comenzaron a viajar juntos. Javier Espinosa,
otro ejemplo de esos que, con su discreción y sencillez, dan lecciones de
periodismo y vida al tiempo que con una sonrisa nos hacen chiquitos y
aprendices a todos los demás.
Ninguno
de los dos es un kamikaze ni un suicida. No buscan el riesgo por el riesgo ni
la adrenalina, no asumen ni un peligro más de los ya abundantes y estrictamente
necesarios para contar lo que en un momento determinado hay que contar desde
donde hay que contarlo. Los dos sabían perfectamente dónde se metían y eran
conscientes de lo que estaban haciendo, cómo lo estaban haciendo y lo que les
podía suceder. Porque lo sabían, porque ambos ya han vivido situaciones
similares en el pasado y nunca tiraron la toalla, toca respetarlos aún más.
Marc
Marginedas entiende el periodismo como un acto de libertad absoluto. Como un
ejercicio de determinación destinado a cruzar los convencionalismos y contar
historias de personas, historias asidas a la calle que demandan una alta dosis
de polvo en los zapatos. Es terco. Nada jamás le ha detenido. Ni las fronteras
que los hombres dibujan para encadenar aquello que en realidad les hace
humanos; ni los remilgos de aquellos que cultivan la censura ni la mediocridad de
quienes gestionan los medios y consideran que la información internacional es
un producto caro y de bajo rendimiento en el que no merece la pena gastar.
Contra todo lucha desde hace años, comprometido y convencido de que hay miles
de historias que contar, pero que si no hay nadie que las narre, es como si en
realidad no existieran.
El
secuestro de Ricardo y de Javier, como el de Marc o el de James Foley, Austin
Tice, Didier Françoise, Edouard Elias, Pierre Torres, Nicolas Henin, Bashar
Kadumi, Samir Kassab, Ishak Mokhtar, Magnus Falkehed o Niclas Hammarström y el
de los demás periodistas que cubrían la guerra siria hasta que alguien decidió
taparles la boca no sólo va contra ellos, va contra la posibilidad de que los
ciudadanos del mundo sepan lo que está pasando. Se llama libertad de prensa y
en última instancia, democracia.
Es
importante que sigan existiendo unas reglas que le permitan al mundo saber lo
que sucede en las guerras. Por eso, pero sobre todo porque les esperan sus
familias y sus amigos.
Los
abajo firmantes (periodistas españoles e internacionales):
Alberto
Arce, Gervasio Sánchez, Rafael Sánchez Fabrés, JM López, Diego Ibarra Sánchez,
Ethel Bonet, Cesare Quinto, Omar Havana, Fabio Bucciarelli, Antonio Pampliega,
José Miguel Calatayud, Álvaro Ybarra Zabala, Laura Jiménez Varo, Philip Poupin,
Sergi Cabeza, Walter Astrada, Diego Represa, Gabriel Pecot, Andoni Lubaki,
Maysun, André Liohn, Sylvain Cherkaoui, Javier Martin, Andrea Bernardi, Alberto
Pradilla, Alfonso Bauluz, Samuel Rodríguez, Marc Javierre, Salvador Campillo,
Plácid García Planas, Félix Flores, Manu Brabo, Mónica Bernabé, Rodrigo Abd,
Javier Manzano, Iván M. García, Narciso Contreras, Mikel Ayestarán, Mayte
Carrasco.
Vía Guerra Eterna.
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