De un gobierno que alcanza el poder con la mayoría más amplia de
la historia de la democracia en Sevilla se espera un vuelco total de la
situación. Sólo una ciudadanía hastiada de quien ha ostentado el mando es capaz
de provocar un resultado tan abrumador como el que obtuvo Juan Ignacio Zoido
aquel mes de mayo de 2011.
Durante la campaña electoral se palpaba en el aire que la gente
quería un cambio radical, un antagonista a la política megalómana de
Monteseirín y sus obras faraónicas. Quizás va siendo hora de estudiar esa
obsesión reiterativa y enfermiza de los alcaldes de la ciudad por pasar a
formar parte de la memoria colectiva de sus habitantes.
Zoido lo consiguió tras ejercer una férrea labor de oposición y
patearse de cabo a rabo los barrios de la ciudad regalando promesas a diestro y
siniestro. Hasta tal punto fue así que llegó un momento en que se pensó que su
programa electoral iba a ser como una carta colectiva a los reyes magos. El
mensaje que hizo calar en la ciudadanía era muy simple: yo soy el cambio, el
envés del espejo en el que os miráis ahora. La jugada le dio el fruto de veinte
concejales, una mayoría tan absoluta que le permitía hacer y deshacer a su
antojo en la capital hispalense durante los siguientes cuatro años.
Ya han transcurrido algo más de dos y la cosa parece haber
cambiado muy poco o nada. Para transformar la realidad de una ciudad hay que
tener ideas y el equipo humano adecuado para ponerla en práctica. A estas
alturas, el actual gobierno ha demostrado que no posee ni lo uno ni lo otro.
Sevilla continúa ahogada en los mismos lodos en los que concluyó el anterior
mandato y, lo que es peor, no se vislumbra en el horizonte el brillo de ninguna
esperanza de que esto vaya a cambiar en el corto plazo.
En especial en lo que más afecta y preocupa al ciudadano de a pie:
el trabajo y la economía. Después de autoproclamarse como el alcalde del empleo
durante la campaña electoral, Zoido ha vuelto a dejar muy claro tras sus
primeros dos años de gobierno que la receta que piensa utilizar para
conseguirlo no difiere en nada de la de su antecesor: modificaciones
urbanísticas tendentes al pelotazo especulativo e incremento recaudatorio
para conseguir los fondos necesarios para paliar el desastre económico en el que
la ciudad se encuentra atorada. Como cantaba Julio Iglesias: la vida sigue
igual.
A ello hay que añadirle una gestión municipal llena de
contradicciones e improvisaciones que incluso dificultan divisar el rumbo real
que el alcalde pretende dar a la ciudad. Bajo el cacareado afán de “evitar
duplicidades o dobles estructuras” se camufla un plan de privatizaciones no
tan diferente del eufemismo que utilizaba su predecesor en estos casos: las
famosas externalizaciones de Monteseirín. Amén de una centralización del poder
local que lo único que aporta es opacidad y hermetismo a la hora de transmitir
el alcance del quehacer municipal a la ciudadanía.
Zoido hizo de la "seguridad jurídica" y la generación de
"las condiciones necesarias para que las empresas apuesten por invertir en
Sevilla" bandera de su programa electoral. Cualquiera que lo
oyese hubiera jurado que las empresas iban a hacer cola para instalarse en la
ciudad. Hoy la mayoría de los grandes proyectos que anunció duermen aún el
sueño de los justos olvidados en algún cajón de la intrincada burocracia
municipal.
Los pocos que han dado pasos adelante lo han hecho con ese velo de
turbiedad que ya es una característica inherente a su forma de gobernar, como
ha ocurrido con el de la Zona Franca.
Algo nada coherente con aquella famosa frase del programa electoral en la que
se afirmaba que “para generar riqueza en nuestra ciudad y mejorar nuestro
mercado de trabajo el Ayuntamiento ha de funcionar con transparencia y
garantizar en todo momento la seguridad jurídica”. Transparencia, un sueño
tan anhelado como imposible en el panorama político actual.
El alcalde, que en su programa apostó por la hoy todavía
inexistente “colaboración público-privada” para poner en marcha los
proyectos —otro eufemismo, como las externalizaciones— y que se declaraba
contrario a las subvenciones, una cultura a través de la cual “se ha
conseguido anestesiar el talento” y es causa de la pérdida de
competitividad de la ciudad, se contradice a sí mismo con sus actuaciones.
El tan cacareado “apoyo a la actividad empresarial” y a los
“emprendedores capaces de poner en práctica nuevas ideas” se reduce en
la práctica a eso que tanto critica: la subvención y esa “orientación” ya
manida de tanto usarla y que suele tener la misma meta. Quizá porque a estas
alturas todavía desconoce que el empresario sevillano si por algo se
caracteriza es por no dar ni la hora si no hay subsidio de por medio.
Artículo publicado en sevilla report.
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