La vida está llena de espejos que son como pantanos enormes, inmensos lodazales de arenas movedizas de las que, una vez te han engullido, no puedes escapar. El mundo de la comunicación ha sido siempre uno de ellos, encorsetado por las estrictas reglas de los poderes fácticos de cada época. Con la llegada de las nuevas tecnologías muchos soñaron que esa dominación subliminal había llegado a su fin. Nada más lejos de la realidad.
El periodista Pascual Serrano aborda el tema en su nuevo libro “La jibarización de la información”, de inminente publicación. Estas palabras son un extracto del mismo:
“Nuestro activismo político se despeña por una pendiente hacia la virtualidad de los manifiestos y las firmas en la red, el sexo ha alcanzado la higiene absoluta y las desinhibición total gracias al mundo virtual, los amigos no están en el bar sino en el Facebook, seguirán contabilizados auque mueran mañana. Las autopistas son virtuales porque son las ‘autopistas de la información’. Pero mientras sucede todo esto, las guerras y las hambrunas nada virtuales con sus muertos no virtuales y los armamentos y criminales que las provocan, tampoco virtuales, siguen existiendo. Del mismo modo, nuestro salario y nuestras prestaciones sociales nos las están disminuyendo de forma real, mientras seguimos conectados al mundo virtual. La ofensiva tecnológica-virtual parece diseñada para sacarnos de la realidad auténtica y meternos en una realidad virtual con el objetivo de neutralizarnos. Existen juegos en Internet para niños —y adultos— en el que el sistema te premia con ‘créditos’ para comprar objetos virtuales previo envío de SMS con un coste en euros reales. Es decir, cambian con toda impunidad dinero real por dinero virtual. Del mismo modo actúa gran parte de la revolución tecnológica: nos roba nuestra vida real, sobre todo si puede ser potencialmente crítica y subversiva, y nos la cambia por vida virtual. Ese es uno de los objetivos de la denominada brecha digital, mientras los empobrecidos del mundo mueren de hambre, los que tienen para comer son aprehendidos y llevados al mundo virtual, el mundo feliz de Aldous Huxley donde no tendrán por qué preocuparse de los pobres. Toda esa catarata tecnológica tiene como objetivo principal el aislamiento del individuo”.
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