sevilla report | Sé de él desde los inicios de la democracia, cuando el
Sindicato de Obreros del Campo (SOC) ocupaba fincas para oponerse a la
mecanización agraria que arañaba peonadas a los jornaleros y los condenaba a la
miseria. Diego Cañamero tiene hoy 56 años y mucho camino recorrido en primera
línea de la lucha jornalera. Han pasado demasiadas cosas desde sus inicios en
el movimiento campesino, allá por 1974, cuando apenas contaba 18 años.
“Esta marcha nos ha posibilitado romper el cerco mediático,
–nos contó el viernes, a las puertas del campo de fútbol de Bellavista, bajo un
sol de plomo- pero este sindicato lleva mucha lucha a sus espaldas, ocupaciones
de fincas, de bancos, marchas, huelgas generales…”.
Se le notaba la impresión del recibimiento de la gente por
casi todos los lugares por los que han pasado. El tono de su voz se emocionaba
cuando explicaba que el resultado de la protesta “es espectacular”, porque la
marcha “está conectando con los problemas reales de la sociedad, con la masa
social”. Su discurso nunca trata de ser brillante, no pretende deslumbrar. Su
obsesión es el hablar llano para llegar a la gente de la calle, a esa “masa
social” a la que tanto se refiere.
Se defiende de las acusaciones vertidas desde el gobierno de
que la marcha está dando una mala imagen de España otorgándole la razón al
ministro de turno. “Evidentemente creo que se está dando una mala imagen de
España en el exterior”, afirma, para a continuación darle la vuelta al
argumento como si fuera un calcetín, “porque Rodrigo Rato se ha llevado 23.000
millones de euros que no sabe dónde están, y con el caso Gürtel y el caso de
los ERE en Andalucía y el señor Urdangarín. Ésa es la mala imagen de España, la
marcha no”. “La marcha está dignificando al pueblo andaluz”, ataja con contundencia.
Suele hablar con la mirada fija en un punto abstracto, como
buscando las palabras en un vacío cercano que sólo él es capaz de ver.
Gesticula y apuntala con el índice levantado sus exposiciones, siempre rodeado
por un coro de seguidores que sistemáticamente asienten con la cabeza a medida
que va desgranando uno a uno sus argumentos. Es la coreografía repetida de una
lucha que arranca de lejos.
“La amnistía fiscal es una estafa, el gobierno legaliza el
robo y la injusticia”, afirma y a continuación pasa a enumerar las medidas que
exige con su incansable periplo por la geografía andaluza. Renta básica para
todas las familias andaluzas, “porque hay 350.000 familias sin ingresos ni
ayuda de ninguna clase”. Plan económico de trabajo con dinero público, “para
dar trabajo entre tres y seis meses a todos los parados de Andalucía”. Repartir
entre las cooperativas todas las tierras públicas. Parar los desahucios, porque
“si a las familias le quitas el trabajo y el techo, dónde se van” y suprimir el
requisito para que los jornaleros puedan cobrar el subsidio agrario, porque “no
hay trabajo para que lo puedan cumplir y sólo lo cobra el 40%”.
Se postula totalmente contrario a los recortes que está
imponiendo el gobierno de la nación y se opone con rotundidad al pago de la
deuda, porque “cuando una pequeña tienda en un pueblo se arruina, nadie va a
rescatarla. ¿Por qué hay que rescatar a los bancos?”. Por eso apuesta por la
nacionalización de la banca en crisis y por la depuración de responsabilidades
a los culpables.
Cuando se le pregunta por lo que viene a continuación, la
siguiente acción sorpresa, no duda un ápice en ofrecer la respuesta. “No
descartamos ninguna acción. Cuando nosotros queremos ocupar un banco, lo
ocupamos. Y cuando queremos ocupar una finca, la ocupamos igual”. Porque los
militantes del sindicato están preparados y mentalizados para realizar aquello
que se decida.
“Estamos planteándonos volver a ocupar Las Turquillas, una
finca militar, porque las tierras no las ha fabricado nadie y tienen que estar
al servicio de las personas”, concluye antes de ponerse a la cabeza de la
marcha y reiniciar el peregrinar hacia Sevilla.
Caminando al frente de una columna formada por miles de
andaluces que enarbolaban un sin fin de banderas de la tierra entró en la
capital de Andalucía, donde esperaba una numerosa comitiva que les acompañó hasta el acto final celebrado en la Plaza de España.
Diego avanzaba con el paso resuelto sobre sus zapatillas
deportivas, con el chándal gris y la camiseta azul sudada. Los brazos
extendidos a lo largo del cuerpo y sin apenas balancearlos al caminar. El
rostro afilado, surcado por el sofoco del esfuerzo y del calor, la mirada fija
al frente, sólo desviada levemente para responder con cierta timidez a quien le
saluda desde la acera. Imbuido en una especie de trance y tratando de emanar
dignidad por cada poro de su cuerpo.
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