Jesús Rodríguez / Gregorio Verdugo
“Hemos escuchado un discurso y un mitin electoral en un pueblo de la Andalucía profunda”. Con estas palabras nos describía ayer un veterano militante socialista curtido en infinitas batallas orgánicas lo sucedido en el plenario del hotel Renacimiento durante la mañana del sábado.
Todos los analistas congregados para cubrir el 38 Congreso del PSOE, en sus publicaciones o en los tuits que iban vertiendo en el hashtag #38congresopsoe, señalaban el error de bulto, tanto en la forma como en el contenido, de la intervención de Carme Chacón ante los delegados.
En efecto, el tono de la catalana no fue el adecuado para una audiencia que esperaba precisamente otra cosa. “Qué me va a decir a mí Chacón sobre el PP que yo no sepa”. Ésa era la expresión más habitual en los militantes cuando se les preguntaba sobre los discursos de los dos candidatos.
La gran diferencia, probablemente la que determinó el que la balanza comenzara a desequilibrarse, fue que Rubalcaba enarboló un discurso en clave interna que esbozaba a la perfección el modelo de partido que quería imponer, mientras que en la alocución de Chacón costaba trabajo encontrar similares referencias.
Rubalcaba ofreció a sus compañeros fiabilidad, cambio ordenado, supervivencia tranquila para un partido gravemente herido y vapuleado en sus últimas contiendas electorales. Rubalcaba ofreció partido como la alternativa más segura y fiable para superar la grave crisis en la que está sumido el socialismo español. El partido como único salvavidas al que aferrarse en estos tiempos de tormenta. Y la gente lo entendió a la primera y optó por esa tabla de salvación.
Chacón apostó por el mitin electoral más propio de una campaña. Su gran error fue ignorar que quienes iban a depositar la papeleta de voto en las urnas son incondicionales votantes del partido en el que militan, no indecisos a los que hay que aleccionar para que acudan a las urnas y apuesten por una opción. Lo que a ellos les preocupa realmente es el futuro del partido en el que militan y del que depende en una gran parte el futuro de sus propias vidas.
El intento de la catalana de saltarse los tiempos y soslayar de manera temeraria lo que se le viene encima al PSOE en el medio plazo fue cuanto menos suicida. Apostó porque la travesía del desierto no existe, como si fuera una alucinación colectiva que tiene imbuida a la militancia, y dibujó un resarcir como el ave fénix que nadie más vio.
Rubalcaba no sólo dejó entender que la travesía del desierto existe, sino que va a ser más dura que lo que en principio se esperaba. Y ahí ofreció liderazgo y mano firme para gobernar la nave en tiempos de tormenta. En esa apuesta, segura, tranquila, de un viejo conocedor de los engranajes internos del partido centenario, se cimentó su victoria. El cántabro sabía mejor que nadie que lo que tenía que ganar era un congreso, mientras que la catalana parecía que pretendía ganar ya las próximas elecciones generales desde el atril del plenario.
Puede sorprender que el dirigente que cosechó la derrota más histórica del PSOE en unas elecciones democráticas y que ha dejado al partido con unos exiguos 110 diputados sea el elegido para conducir la nave de un partido prácticamente en la ruina política. Pero las tormentas en el interior de las maquinarias de los partidos políticos no se parecen en nada a las climatológicas y a veces es preferible seguir mojado mientras arrecia la lluvia para prevenir mejor el resfriado.
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