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20 diciembre 2011

El Metro y la modernidad de Sevilla

La obra pública debería ser un fiel reflejo de la realidad del país, al menos eso dicta el sentido común. Sin embargo, los intereses políticos hacen que esto sea inviable y que la mayoría de las veces sea el turbio espectro de la lucha política y los intereses partidistas.

En una situación de grave crisis y, sobre todo, de empleo como la que atraviesa la ciudad nos deberíamos replantear cada euro que nos gastamos para que revierta en su economía lo máximo posible y no se convierta en una lacra que a la larga impida o retrase su recuperación.

Aquí, en una ciudad de apenas 700.000 habitantes circunscribimos el debate a quién debe implicarse en la construcción de la macro estructura de marras, qué administración debe pagar más y quien ha de hacerlo primero, cuando se trata de obras que saldrán a la nada irrisoria cantidad de a casi 100 millones de euros el kilómetro recorrido para una demanda estimada que, siempre está por ver, satisfaría a una séptima parte de la población total.

Sin embargo, nos permitimos el lujo de ni siquiera repensar la adecuada explotación de unos recursos de los que ya disponemos y que están en condiciones de cubrir la demanda de toda la población a poco que se aprovechen debidamente y se exploten con un mínimo de racionalidad.

Es una tendencia ya clásica en Sevilla, donde con la misma facilidad se desmontan redes de tranvías en aras a una modernidad inexistente e insostenible, que luego se intentan volver a montar aludiendo a la misma cantinela.

Fardar de que nos hemos gastado casi 5.000 millones de euros en cuatro líneas de Metro, sin incluir los que se enterraron en su día del proyecto de Rojas Marcos y los presumibles sobre costes a los que tan acostumbrados estamos, queda muy bien.

Lo difícil es intentar antes de semejante dispendio sacar el máximo provecho a los recursos de los que ya disponemos y pensar, con sentido común y sin partidismos, si esa ingente cantidad de millones no hubiera sido más productiva de invertirse en otros proyectos que tuvieran más repercusión en el empleo, que es lo que realmente nos está despedazando como sociedad.

Y eso sin detenernos a analizar que, a la larga, toda esa modernidad carga sus excesos sobre las espaldas de los ciudadanos, aunque seamos tan tontos que casi no nos demos ni cuenta.

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