“Tenemos que defender a los que progresan con su esfuerzo y no tenemos que defender a quienes progresan defraudando, engañando o especulando. Esos no son nuestros aliados.” Es una de las frases esbozadas durante el discurso que ayer pronunció Alfredo Pérez Rubalcaba ya como candidato del PSOE a las próximas elecciones generales. Pero es algo más que eso, demuestra una desesperación interna ante una realidad que los sobrepasa y frente a la que se opone una cada vez más preocupante carencia de ideas.
Los nuestros no son los defraudadores, los que engañan, los especuladores, viene a decir Rubalcaba, pero son paradójicamente los que menos esquilmados han salido de la crisis que ellos mismos, con él como vicepresidente del gobierno, han gestionado. Los otros, “los nuestros”, han cargado con las peores consecuencias de la crisis, ésos a los que ahora se intenta recuperar con un discurso de cambio aparente, pero de difícil puesta en práctica desde las actuales estructuras de poder.
“Pronto será el momento, será el momento de pedir a las cajas y a los bancos que de sus beneficios, dejen una parte para la creación de empleo.” La semántica, aunque no lo parezca, tiene su importancia y en política más. A los banqueros se les pide, casi se les ruega, mientras al resto de la ciudadanía se le exige, cuando no se le impone directamente y sin derecho al pataleo.
Esa pequeña diferencia de significación tiene su importancia, por más que algunos pretendan que es una circunstancia puntual de la retórica. Esconde en su interior toda una declaración de intenciones. Es posible, incluso deseable, que Rubalcaba pretenda cambiar la situación, dar un leve giro a la izquierda que levante el ánimo de los suyos y las ilusiones decaídas de algún otro. Pero no se puede esperar nada significativo de un cambio que ya nace velado por los pequeños matices de las palabras, las pronunciadas y las calladas, las no dichas. La pretendida “ambición” ha de ser clara y manifiesta desde un principio, si no se quiere correr el peligro de que se muestre ante los ojos de los demás como una operación más de distracción diseñada por el marketing político.
Los especuladores y los defraudadores “no son nuestros aliados” pero se omite hacer referencia alguna a las Sicav, que siguen casi sin tributar, ni al abrumador desequilibrio que impera en la política fiscal española. El 45% en el tipo de gravamen sobre las rentas del trabajo mientras que las ganancias del capital en bolsa, los intereses financieros y demás tributan entre el 19y el 21%.
Hay propuestas interesantes a las que ahora habrá que adornar con la determinación política necesaria para ponerlas en marcha, pero también habrá que pulir las contradicciones para construir un discurso creíble que atienda también a estos pequeños matices por donde se escapa la coherencia.
La defensa de la educación y la sanidad públicas, la reforma de la ley electoral, el apoyo a los emprendedores, el refuerzo de la idea de Europa para luchar contra la especulación de la deuda y contra la “inmoralidad” de los paraísos fiscales y la apuesta por la política como instrumento para cambiar las cosas, porque “lo que se decide desde la política, se corrige desde la política”. Una reflexión que encierra un cierto grado de autocrítica y un reconocimiento implícito de ciertos errores que ha de ser bienvenida.
“Mas democracia, más política, más Europa”, los tres ejes sobre los que se cimentó un discurso que levantó la expectativa entre los asistentes, pero sobre todo en una militancia decaída y adormecida y sin capacidad de reacción tras el último batacazo electoral. Ahora llega la hora de los ciudadanos y ahí, me temo, el partido va a ser muy distinto.
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