Algunas personalidades de la sociedad civil han firmado un manifiesto titulado “Una ilusión compartida” en el que instan a la izquierda española a reconducir sus planteamientos hacia unos nuevos más acordes con las exigencias de la calle.
El diagnóstico que se hace desde sus párrafos es que la izquierda “tiene un problema más grave que el avance de las opciones reaccionarias en las últimas elecciones municipales. Se trata de su falta de horizonte”.
La demostración palpable de dicha falta de horizonte radica en que un gobierno socialista ha sido incapaz de buscar una alternativa válida al desmantelamiento del Estado del bienestar impuesto por los mercados y, por contra, se ha prestado a “aceptar las presiones antisociales y degradar los derechos públicos y las condiciones laborales”.
El manifiesto aboga por la recuperación de la dignidad de la vida pública profundizando en una democracia más participativa y transparente, aunando ideales solidarios que apelen al interés común.
Dicho giro copernicano en la orientación de la política debe ser liderado, en opinión de los firmantes del manifiesto, por una izquierda real y aglutinante, “solidaria, democrática y social”, que siga los trazados emanados de los movimientos populares como el 15-M para encontrar un “consenso necesario” que devuelva la ilusión a tanta gente decepcionada con la política.
Hace unos días, un veterano dirigente socialista sevillano, José Caballos, reflexionaba en voz alta sobre esa misma necesidad desde las páginas de Diario de Sevilla. Abogaba por la imperiosa urgencia de una nueva propuesta socialdemócrata , un proyecto abierto y aglutinante, en el que tuvieran cabida desde los trabajadores manuales e intelectuales hasta los profesionales y emprendedores y, en especial, que satisfaga las exigencias de “los ciudadanos más críticos, cosmopolitas, formados e informados de nuestra historia”.
El autor instaba al diálogo sin complejos, sin temores, sin consignas ni argumentarios, a cara de perro, como forma de construir esa nueva propuesta que aporte unas soluciones que ayuden a superar los problemas actuales. En términos parecidos se expresaron en su día Luis Ángel Hierro y José Carlos Carmona durante su corto periplo como aspirantes a oponentes en las primarias del PSOE al candidato oficial, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Si existe algo que el PSOE ya debería tener asimilado, tras la debacle electoral sufrida el 22 de mayo, es que el cumplimiento de la Ley del efecto boomerang es siempre inexorable y que el recurso reiterado a la intimidación suele producir efectos contrarios a los deseados o esperados.
No son las únicas referencias al impacto que ha causado en la clase política la expansión del movimiento 15-M y su éxito desbordante. Hoy, en el debate sobre el estado de la nación, no han sido pocos los políticos que han aludido de forma velada al 15-M y sus reivindicaciones.
Por primera vez en muchos años he visto en la cámara a algunas vacas sagradas del parlamentarismo español referirse a que es necesario profundizar en la democracia española para que sea más participativa y transparente o a la necesidad de reformar la ley electoral. Incluso Durán i Lleida ha utilizado sistemáticamente la palabra “indignado” en su discurso de reivindicación de la Política como instrumento para transformar y mejorar la sociedad. Lo que no deja de ser una paradoja, ya que fue un correligionario suyo quien ordenó apalear a quienes mostraban públicamente su sentimiento de indignación en Cataluña.
Incluso el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, ha hecho hoy pública su intención de proponer en el próximo debate sobre el estado de la comunidad la creación del “escaño 110” para el promotor de una iniciativa popular. Algo que el Partido Popular le reprocha haber plagiado de una propuesta de Javier Arenas.
Y probablemente los guiños continuarán desde múltiples ángulos y con diferentes matices, en un intento más que probable de canalizar el descontento de alguna forma que permita recuperar esos votos perdidos en las pasadas elecciones. El 15-M es un potencial político por excelencia que de manifestarse mediante el voto tendría una influencia decisiva.
Sin embargo, sería un error olvidar que la principal aspiración del 15-M es impregnar a la sociedad entera de que existen maneras de canalizar la indignación de forma que se puedan conseguir los objetivos pretendidos. Se necesitan cambios profundos, no declaraciones de intenciones ni el caramelo que se le ofrece al niño para que deje de llorar.
Cambios que se han de exigir desde el diálogo, por supuesto, con las fuerzas políticas representativas, que son quienes están llamados a impulsarlos e implantarlos. Pero sin perder de vista jamás que es la fuerza que el 15-M tiene detrás, la de tantos cientos de miles de ciudadanos dispuestos a movilizarse y a participar decididamente en la vida política y en la construcción del futuro común, la única que es capaz de conseguir que los políticos los afronten sin complejos y sin engaños.
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