-Tengo cuarenta y cuatro años y un hijo con dieciséis y hasta hace cuatro días estaba como muerta, sin esperanzas. Vosotros me habéis devuelto la vida. No os rindáis.-
Ana era la primera vez que cogía un micrófono y hablaba en público. Su auditorio: una Plaza de la Encarnación a rebosar de gente deseosa de mostrar su indignación, que la ovacionó cuando concluyó su escueto discurso y le coreó “tú sí que vales, tú sí que vales”.
Fue el tono general de todas y cada una de las intervenciones que se fueron sucediendo a lo largo de la tarde durante la concentración de apoyo a los acampados en la plaza y al Movimiento 15-M. La gente descendía las escaleras de la recién estrenada plaza o emergía desde detrás de la multitud y se colocaba pacientemente en la cola, esperando su turno para tomar el micrófono y dirigirse a los concentrados.
Así pasaron por el improvisado púlpito un señor de cincuenta y seis años que exclamó que el movimiento le había devuelto de improviso cuarenta años de vida, unos inmigrantes de color que rapearon, medio en inglés y medio en español, una canción dedicada a la #spanishrevolution y una mejicana que lleva años residiendo en España y a la que inmigración había expulsado a su hijo cuando trataba de reunirse con ella. El impresionante coro congregado debajo de las setas le respondió con uno de los eslóganes más coreado: “ninguna persona es ilegal”.
Durante la concentración, se llevó a cabo una performance sobre el decrecimiento que provocó las risas y aplausos silenciosos, las manos izadas en alto y girando vertiginosamente, de la concurrencia. A lo largo de su desarrollo se leyeron las adhesiones al movimiento de resistencia pacífica español provenientes de decenas de ciudades españolas y del resto del mundo, que eran coreadas por los asistentes.
Los lemas se sucedían unos a otros, lanzados de forma aleatoria por los spikers, que se turnaban cuando la voz comenzaba a dar síntomas de cansancio; “Esto empieza el lunes”, “No hay democracia si gobiernan los mercados”, “Lo llaman democracia y no lo es”, “No hay pan para tanto chorizo” o “No hay botellón, es la revolución”.
Al filo de la media noche, la gente se dirigió a la zona elevada de la plaza, la denominada Plaza Mayor rebautizada por los acampados como Plaza Tahrir y Plaza 15 de Mayo, y comenzaron las charlas entre grupos, la recogida de firmas para el manifiesto y los encuentros entre personas antes dispersadas entre la multitud, que hasta ese momento habían sido prácticamente imposible.
Fue entonces cuando comenzaron los siseos para llamar a la reflexión colectiva y a respetar el descanso de los vecinos, que se han solidarizado aportando comida y luz eléctrica mediante alargaderas. El silencio se impuso entre los diferentes grupos que poblaban la plaza. Tanto fue así, que era más audible las conversaciones escandalosas de los guiris de copas por la zona que la conversación en voz baja de los concentrados en la plaza,
La jornada no había carecido de tensión tras las sucesivas prohibiciones de las concentraciones por los diferentes tribunales durante la jornada de reflexión. Incluso se impartieron consignas de no oponer resistencia en el caso de que la policía se decantara por el desalojo a partir de la media noche. Pero no flotaba el miedo en el ambiente, porque una sociedad con miedo a la libertad no es una democracia real.
Durante la jornada se habían sucedido los guiños de los diferentes partidos por intentar atraerse las simpatías de los indignados. La derecha mediática continuaba con la presión sobre el gobierno para que se desalojaran las concentraciones. En determinados medios incluso se vislumbraba un desmesurado interés en vincular al movimiento 15 M con la violencia y el salvajismo, incluso con ETA.
El ejercicio de ciudadanía activa del que están haciendo gala los indignados ha acabado por desmontar todas esas patrañas lanzadas por la caverna con oscuras intenciones. No se entiende que quienes manifiestan su protesta ante la inoperancia de los políticos para afrontar la crisis sin que sus efectos aplasten a los más débiles estén obligados a aportar más propuestas que las que los propios partidos llevan en sus programas electorales. Y sin embargo las tienen.
Alguien debería explicar por qué se les trata de imponer a ellos la obligación de la que no han sido capaces los propios partidos. Con este tipo de argumentaciones, los sueldos y las prebendas son, si cabe, todavía más injustificables.
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