Índice de apartados:
- La batalla por la redención de los nombres
- Las cifras de la represión
- Tras las huellas de los suyos
- La historia oculta y rescatada
- Sólo los perros esconden los huesos
- Rastreando el hálito de diecisiete flores
La batalla por la redención de los nombres
Este breve relato por boca de su madre era todo lo que Pilar conocía acerca de la historia de su tío José Palma Pedrero, un minero de Mesa de los Pinos, pedanía de la localidad onubense de Minas de Riotinto. José formó parte de la columna minera que el 19 de julio de 1936 se dirigió a Sevilla para liberarla del yugo de las tropas de Franco.
Los mineros contaban con una escolta militar de 60 guardias civiles y 60 carabineros bajo las órdenes del comandante Gregorio Haro Lumbreras, un antirrepublicano destacado que, al frente de sus hombres, se adelantó a la columna con la excusa de despejar el camino. Tras llegar a Sevilla y ser recibido como un héroe libertador en Triana, corrió a presentarse ante Queipo de Llano y ponerse a su disposición.
José Palma Pedrero manejaba el volante de uno de los camiones que saltó por los aires, el de matrícula SE-16991. Su cuerpo resultó carbonizado e irreconocible, de no ser por un carné que portaba consigo.
Una vez de vuelta en Nueva York, comentó lo sucedido a su prima Pilar, que introdujo en Google los apellidos de su madre. El buscador le devolvió como resultado la página 118 del libro La Justicia de Queipo, obra del historiador Francisco Espinosa Maestre, con una frase resaltada en negrita: “... José Palma Pedrero (Riotinto) carbonizado...”.
Espinosa Maestre puso a Pilar en contacto con Cecilio Gordillo, administrador de todoslosnombres.org, quien le informó de que el cementerio de Camas había cambiado su ubicación, a excepción de esa fosa común que hoy se encuentra bajo unas instalaciones de Educación Vial construidas hace poco. Además le facilitó las actas de levantamiento de los cadáveres de La Pañoleta y de enterramiento de los mineros.
Ambas primas, con la colaboración de todoslosnombres.org, comenzaron la gestión para la exhumación de la fosa común en la que descansan los restos de su tío. El primer paso fue contactar con el alcalde de Camas, la alcaldesa de Riotinto y el comisario para la Memoria Histórica de la Junta de Andalucía, Juan Gallo González. Ninguno de los alcaldes respondió a su solicitud, y el comisario les informó de que sólo los descendientes directos tienen derecho a pedir la exhumación, por lo que la única solución pasaba por contactar con las familias de los demás fallecidos.
Las cifras de la represión
En idéntica tesitura que Nélida y Pilar se encuentran decenas de miles de familias de toda Andalucía que no ahorran esfuerzos para desentrañar el lugar en que se encuentran enterrados los suyos. Según el informe sobre fosas comunes publicado a finales de 2010 por la Consejería de Justicia de Andalucía, en esta comunidad son 47.349 los represaliados por el franquismo que están desperdigados por 614 fosas.
Los datos aún no son definitivos, ya que en gran parte han sido obtenidos gracias al trabajo de asociaciones memorialistas, encarnado en informes que recogen información de archivos militares y civiles, ayuntamientos o testimonios orales.
Entre los colectivos de recuperación de la memoria histórica se incluye el portal web todoslosnombres.org. Cecilio Gordillo relata que la página “al principio estaba pensada para albergar una base de datos de 35.000 fusilados, pero la gente nos pedía que reflejara el nombre de las víctimas e incluyera también a desaparecidos, encarcelados, vejados, maltratados, torturados e incluso quienes fueron despedidos de sus trabajos”. Actualmente, tras abrirse a todas esas peticiones, todoslosnombres.org recoge información sobre 150.000 víctimas del franquismo de Andalucía, Extremadura y las antiguas colonias del Norte de África.
En la web también publican multitud de trabajos de factura propia. El más destacado hasta el momento es un mapa de fosas de las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla, elaborado desde marzo de 2009 gracias a la investigación de historiadores y a testimonios orales.
José María García Márquez, historiador especializado en la represión en Sevilla y Huelva, ha colaborado en el de la provincia hispalense. Opina que las cifras de la represión “las vamos a conocer más rigurosamente ahora”, al tiempo que apunta que “estaríamos hablando de unas 12.500 víctimas, casi 13.000 si contamos los muertos en prisión”. La mayoría de ellos, en torno a 10.000, ya tienen nombres. Ahora sólo falta saber en qué lugar se encuentran sus restos.
Tras las huellas de los suyos
El Castillo de las Guardas es una pequeña localidad de algo más de 1.600 habitantes, asentada en las puertas de la Sierra Norte de Sevilla. Tras el alzamiento militar del 18 de julio, los castilleros republicanos, aunados por su Ayuntamiento, comenzaron un breve período de sometimiento de las fuerzas militares presentes en el pueblo, encarnadas en un destacamento de la Guardia Civil.
La historia de la liberación y la caída de El Castillo sonaba añeja pero vívida, como las ascuas centelleantes de una candela que agoniza, en boca de los mayores que acudieron a las Jornadas de Memoria Histórica que se celebraron en octubre de 2010. José María García Márquez y Cecilio Gordillo relataron los acontecimientos acaecidos en aquellos días y el proceso de búsqueda de datos de desaparecidos a través de los registros civiles.
Santiago llegó a las jornadas de El Castillo a través de su trabajo previo indagando en el registro civil de Osuna, el que más información de la Guerra Civil conserva. “Todos los datos que yo tenía sobre la represión se los facilité a Fernando Romero, de todoslosnombres.org, pero en El Castillo no he hecho nada”, porque aquella mañana otoñal fue la primera vez que puso sus pies en el pueblo.
De igual manera, gracias a un estudio riguroso del Registro Civil de Sevilla realizado por el historiador Juan Ortiz Villalba, Juan José López, natural de El Madroño, pedanía de El Castillo, descubrió qué le ocurrió a su abuelo represaliado. Desde pequeño siempre supo que había muerto en la guerra. Se lo contaba su madre, que recordaba haber ido cuando apenas tenía cuatro años a visitar a su padre a la cárcel, “hasta que un día le dijeron que ya no estaba allí y ahí se acabó la historia”. Fue García Márquez quien le facilitó el número del sumario del consejo de guerra del Tribunal Militar que lo condenó a muerte.
Tras varios días encarcelado, con la familia tratando de mediar para lograr indulgencia, lo fusilaron, como una venganza personal del jefe local de Falange, el 23 de agosto de 1937 en el cementerio de Castilleja de Guzmán. Su madre y sus hermanos supieron su paradero desde unos días después, gracias a “un primo que era basurero en Valencina y le dijo a mi madre: ‘No lo busques que está allí, que me han llamado y he cogido yo los tres cadáveres y los he echado allí’. Y ahí está enterrado”.
A raíz de la ola de represión que desencadenó la toma de Guillena por una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón, durante el otoño de 1937, diecinueve mujeres del pueblo fueron detenidas y posteriormente sacadas de la cárcel, paseadas públicamente con las cabezas rapadas y obligadas a asistir a misa. Unos cuantos días después, trasladaron a diecisiete de ellas a Gerena, donde fueron asesinadas alrededor de las diez de la mañana y arrojadas a una fosa común en el cementerio de San José.
Manuel se enteró del destino de su abuela por boca de su propio padre, “siempre con mucho cuidado y sin contarte todas las cosas”. Su padre nunca intentó hacer nada por ser “un hijo de la dictadura, y a ver quién se movía en esos tiempos”. Por eso, a los 16 años, Manuel entendió que “hay que hacer algo, porque veo que mi padre se va haciendo mayor y no puede hacer nada”. Con esa impotencia encima, decidió tomar el relevo, porque “esto no se puede quedar así, al menos que sepa que tuvo un padre y una madre”.
La historia oculta y rescatada
Las principales fuentes para buscar represaliados de la Guerra Civil son los archivos militares de los consejos de guerra sumarísimos y las diligencias que se abrieron, el archivo penitenciario de la prisión de Sevilla y, en algunos casos, los archivos municipales. Pero siempre es un proceso muy complejo, porque deliberadamente se ocultó todo desde el mismo momento en el que se hacía.
En palabras de García Márquez, “a la inmensa mayoría de los represaliados no los inscribieron en los registros civiles”, lo que significaba de hecho “eliminar legalmente la defunción de esas personas”. Según sus datos, en Sevilla asesinaron a 2.901 personas entre el 18 de julio y el 31 de diciembre de 1936, de los que sólo fueron inscritos en el registro civil 97.
Pero exhumar los restos de un desaparecido no es cosa fácil. No consiste en localizar la fosa y ponerse a excavar hasta dar con ellos, sin más. Cecilio Gordillo explica que un proceso de exhumación “puede durar años”. Son varios los factores que inciden en este aspecto: el tipo de fosa, si está o no dentro del cementerio, quién gobierna en el ayuntamiento, si se disponen o no de recursos, y que quienes allí están sean dos, cinco o dos mil. “Nunca se sabe de antemano”.
Es lo que ocurrió con un tío de Cecilio Gordillo en Medina de las Torres, Badajoz. Lo fusiló la Columna de la Muerte, que iba de camino a la capital de la provincia. El Ayuntamiento, gobernado entonces por el PSOE, ordenó construir un mausoleo a las dos personas encargadas de hacer las lápidas. Cuando le presupuestaron lo que costaría la construcción, el Ayuntamiento les comunicó que “ésa sería su aportación si querían seguir trabajando con el consistorio”. Y así se construyó la lápida en la que reza “Aquí yacen los restos de los fusilados por los fascistas y la Junta Rectora de la Guerra Civil española”. El propio Gordillo confiesa que él no se lo creyó en su día y tuvo que “ir al pueblo para verlo y comprobarlo”.
Francisco González tampoco ha cejado en su empeño de años por encontrar el cuerpo de su padre y honrar a sus paisanos que fueron víctimas de la represión franquista. Hace años, comenzó a elaborar un listado con todos los fusilados de Santiponce como forma de documentar las víctimas, setenta en total, afirma. “Desde que murió Franco me lié a luchar en el pueblo con todos los alcaldes”, relata sentado en un banco, frente al monumento a los represaliados de Santiponce, fruto de esa pugna incansable.
Se queja de la poca ayuda que ha recibido de las instituciones. Con un deje ronco en la voz, como un amargor que se le atraviesa en la garganta, habla de “un alcalde al que le mataron a su padre, y estaban los tres criminales en el pueblo todavía, y se fueron y no tuvo cojones de llamarlos” para que les aclararan dónde estaban enterrados los fusilados.
El desánimo de Francisco es el mismo de muchas otras familias a las que se les sigue negando el derecho a recuperar a los suyos, igual que hace más de setenta años. “¿Cómo tenemos nosotros, los hijos de los matados, ganas de política? Los que lo hemos pasado estamos muy quemados, no nos fiamos de nadie. ¡No tenemos ganas de nada!”. Siete décadas de penurias, de destierro en su propio pueblo, de estar “llenos de piojos y descalzos todo el mundo; eso no ha sido para contarlo, eso ha sido para pasarlo”.
Sólo los perros esconden los huesos
José María García Márquez explica que el silencio que pesa sobre las víctimas y los verdugos es el resultado de que “muchas miles de personas colaboraron con la dictadura a muchos niveles” y formaron parte de la estructura del régimen hasta que murió Franco, entre ellos “todos los que fueron a testificar en los consejos de guerra”. Decenas de abogados, jueces y fiscales “participando en el juego de los consejos de guerra sumarísimos”, porque quien no lo hizo “tuvo que exiliarse o murió”.
Una dura batalla, la de la memoria, que en su opinión “ganó Franco”, porque “fueron 40 años de dictadura en que se sepultaron las cuestiones fundamentales, se murió la generación clave y se ancló en el acervo cultural de este país una visión de la guerra basada en tópicos, en manipulaciones generadas desde la propia dictadura”.
Frente a quienes intentan ocultar la envergadura del drama imponiendo “un lenguaje falso”, el historiador defiende que no se trata de una cuestión de venganza y sí de justicia y reparación. Porque la justicia “no caduca, no tiene fecha y siempre hace falta” y la reparación “forma parte de la justicia misma”.
Rastreando el hálito de diecisiete flores
“A veces no nos podemos hacer una idea real de lo que han sufrido estas personas. Es muy duro ver morir a sus padres, a sus hermanos, a sus familiares, estar estigmatizados toda su vida y no poder hablar de sus familiares desaparecidos o asesinados. Llegar al momento de cumplir un sueño es una cosa maravillosa y muy bonita”.
Hace algo más de dos semanas que el equipo de arqueólogos que dirige Juan Luis encontró lo que llevaban buscando casi un año: indicios de la situación exacta, “con un 95% de probabilidades”, de la fosa común de las 17 mujeres de Guillena. Los nichos construidos sobre la fosa han presentado numerosas dificultades para realizar catas con comodidad, “de manera que estuvimos trabajando allí durante varios meses” en los que han podido hallar “una cosa importante en los cementerios andaluces” y que habitualmente nadie documenta: “enterramientos de niños de los años del hambre, muchos, unos 25”.
Buena parte del éxito de esta empresa arqueológica ha recaído en que “la Junta de Andalucía, desde el Comisariado para la Memoria Histórica, nos ha ayudado en todo lo que se le ha solicitado”. En el caso de la fosa de Gerena, además de encargarse de “corroborar que habíamos encontrado a las mujeres”, la Administración autonómica colaboró con el equipo de arqueólogos mediante “una ayuda financiera para la exhumación”, aunque Juan Luis reconoce que “el Ayuntamiento de Gerena también nos ha ayudado bastante”.
Juan Luis tampoco pasa por alto otro importante inconveniente, que “no se investiguen judicialmente todos estos delitos de lesa humanidad”, con los que, “desde que se cometieron en 1936, el Estado español está vulnerando el derecho de los ciudadanos a encontrar a sus familiares desaparecidos”. Aún hoy “siguen vulnerándose los derechos fundamentales de verdad, justicia y reparación que tienen los familiares”, porque “la tortura, el asesinato y la desaparición forzosa no prescriben, y así lo dice la Ley Internacional de Derechos Humanos, y hasta que España no reconozca eso aquí habrá un déficit democrático muy serio”.
El arqueólogo entiende que “no se pueden hacer culpables ni herederos a los hijos y nietos de los verdugos”, aunque aboga por que haya “una condena moral, precisamente para que se escriba una historia objetiva y que la gente sepa qué ocurrió”. Defiende que “en España nunca va a haber reconciliación mientras no haya justicia y una condena a los asesinos y al franquismo, y mientras el Estado no se acoja a la Ley Internacional de Derechos Humanos”.
Apartar el polvo de las fosas y arrojar luz sobre el recuerdo sepultado por la tierra de décadas es ese sueño maravilloso del que habla Juan Luis: el de despertar del silencio un nombre largo tiempo pronunciado y por fin despojado de la pátina del olvido.
4 comentarios:
Impresionante y magistral. Excelente trabajo, compañeros. Enhorabuena.
Dan
Dan: muchas gracias. Ha costado tiempo y sudor, pero ha merecido la pena. A mí particularmente me ha hecho crecer como persona.
Es un relato impresionante y a la vez hermoso. Confío que este trabajo como el de otros, va a ayudarnos a muchos de nosotros a poder recuperar, algun día, los restos de nuestros familiares. Dios los bendiga. Pilar
Pilar: muchas gracias a vosotras, por todo, y espero que consigáis vuestro objetivo sin mayor problema.
Publicar un comentario