El periodismo no está en crisis, sino en permanente evolución. Esa fue quizás la conclusión más interesante que José Joly, presidente del Grupo Joly, expuso durante su discurso de presentación del anuario del grupo.
Vaticinó que las ediciones gratuitas digitales “no dudarán mucho tiempo” y que la influencia de la prensa en la opinión pública “ha mejorado la calidad de la democracia”, algo cuanto menos discutible, al menos en los últimos tiempos.
Tras diagnosticar algo ya sabido por todos, que el modelo de negocio de la prensa en Internet no es rentable tal y como se le conoce actualmente, subrayó que los grandes beneficiarios de la situación son “los operadores de telefonía, los creadores de software, los buscadores de globales, los portales de libros y música, los fabricantes de hardware y las redes sociales. En definitiva, la misma teoría que defiende el magnate Rupert Murdoch. Argumentó que ninguno de ellos genera contenidos propios y que en esa producción se encuentra buena parte del futuro de los medios.
De ahí su vaticinio de que en el futuro coexistirán en Internet ediciones gratuitas y de pago. Algo que por otra parte ya es presente en algunos medios de renombre. Una transición que, según él, “va a durar años” y que requerirá de “otros modos de informar”. En su opinión, la aparición de dispositivos como el Ipad facilitarán una transición hacia los medios digitales de pago basada en “la credibilidad de las cabeceras”. También apostó por un incremento en la valoración de los lectores de los medios locales, donde la información de proximidad jugará un papel preponderante. En resumidas cuentas, nada nuevo a lo que describió en su día John Carling en su espléndido reportaje “El momento crucial”.
Sin embargo, llama la atención la nutrida representación del poder local en el acto –prácticamente estaba todo el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía presente- y del poder empresarial. El viejo periodismo que promete reinventarse continúa padeciendo y luciendo los mismos males de siempre; cercanía con el poder establecido y lejanía consciente de los ciudadanos en defensa de unos intereses empresariales que nada tienen que ver con los del lector.
Echo de menos en su discurso una profundización en la función del periodismo como servicio público y como instrumento para educar la cultura democrática de la ciudadanía, que debería de ser su primer y más importante finalidad. Nada dijo de corregir los viejos vicios que han llevado al periodismo a su decadencia actual y a la desconfianza que en su labor han depositado los ciudadanos.
Siempre habrá quien quiera leer buenas historias y pagar por ellas y también quien sea capaz de contarlas. Lo único que han de hacer los medios es apostar firmemente por ello y potenciarlo, dejando de pensar obsesivamente en los beneficios y centrándose en la labor sacrosanta que tiene encomendada históricamente el periodismo de cara a la ciudadanía. Mientras que las empresas periodísticas no se decidan a realizar semejante apuesta, la crisis que ahoga a la profesión continuará ahondándose y su prestigio precipitándose por la borda. El dilema del soporte en este caso nunca dejará de ser un factor secundario.
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