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23 noviembre 2010

Por la boca muere... Monteseirín

Alfredo Sánchez Montesirín, alcalde de Sevilla, está tan abstraido en su abismal caída que apenas se da cuenta de cuánto te pueden traicionar tus propias palabras. Durante su intervención en el acto del Día de la Policía Local, en el Teatro Lope de Vega de Sevilla, culpó del "deterioro de la imagen que tiene la Policía Local al gamberrismo de unos cuantos que no se respetan ni a sí mismos".

Hombre, Alfredo, llamar gamberros en público a unos agentes de la autoridad no es de demasiado buen gusto, como tampoco son unas manifestaciones destinadas a tranquilizar a la ciudadanía. Sobre todo porque, a día de hoy, de esas supuestas investigaciones que los juzgados están realizando sobre los hechos ocurridos no ha derivado la imputación de delito alguno contra ninguno de sus integrantes.

No vale recurrir a las coletillas estereotipadas, tales como “hay que dejar trabajar a la justicia” o “no entremos en juicios paralelos y dejemos que hablen los jueces” cuando se trata de imputados por los tribunales próximos a tu persona y a tu labor como alcalde de la ciudad y, sin embargo, permitirse el lujo de la lengua larga y fácil cuando se trata de otros.

Si se califica, se califica a todos por igual y si no, a nadie. Pero a ti, todavía no te he visto llamar “gamberro” a tu amigo Marchena por verse imputado en un caso de presunta venta fraudulenta de unos terrenos en Mercasevilla. Es más, te tomas copitas con él en la cafetería del Hotel Barceló, mientras muestras tu palmito en el EBE, por aquello de vacilar un poco, ya sabes. A no ser que en tu código ético no figure como “gamberrada” el hecho de vender fraudulentamente unos terrenos ofreciendo a cambio a la persona que podía impedirlo la construcción de viviendas de VPO.

Tampoco te oí llamar “gamberro” al ínclito Guillermo Gutiérrez, por aquel entonces Vicepresidente de Tussam designado por tu persona, cuando se despachó en los medios vulnerando el honor de una organización sindical con su legitimidad ganada democráticamente en las urnas y un juzgado de esta ciudad lo mantiene como imputado por la presunta comisión de dicho delito. A no ser que pisotear un derecho recogido y avalado en la Constitución española tampoco sea para ti y ese código ético tuyo tan particular motivo suficiente para recibir tal calificativo.

Acuérdate de las barbaridades que se dijeron y lo que hicisteis pasar a ocho trabajadores de Tussam que luego la justicia declaró inocentes y de los que uno se quitó la vida al no poder soportar tanta presión. A ninguno de los que participaron en aquella brutal caza de brujas, todos ellos bastante cercanos a ti o bajo tus órdenes, tampoco te oí en ninguna ocasión llamarles “gamberros”. A no ser que el faltar al respeto a la dignidad y a la vida humana tampoco suponga para ti un motivo suficiente para merecer ese calificativo que tanto te gusta.

Y qué decirte de Enrique Castaño, Manuel Marín, Antonio Rivas, Fernando Mellet y tantos otros, imputados unos por diferentes presuntos delitos y condenados en firme otros, incluso en prisión ya, sobre los cuales sólo han salido de tu boca elogios y para bienes, pero nunca una palabra de reprobación, un adjetivo mínimamente peyorativo, nada. Y eso que en algunos de ellos la justicia ya ha hablado y de sobras.

Esa doble vara de medir que en tantas ocasiones te ha beneficiado, ahora ya no surte el mismo efecto. Porque ahora, los imputados por los juzgados, y no por las palabras soeces pronunciadas por algunos a destiempo, son lo tuyos, los próximos a tu persona, los que tienen o han tenido alguna relación directa con el uso que tú has hecho del poder.

Y sin embargo, ahí callas y no calificas. Es más, si puedes amortiguas, minimizas, velas el significado de las palabras para que nunca alcancen su significación total, en un vano intento de proteger a esas personas estimadas del zarpazo brutal de la opinión pública.

Eso te califica ante todos, aunque no te des cuenta. Por la boca muere el pez, dice el viejo refrán. Justo por el mismo sitio por donde agonizan tu coherencia y tu credibilidad, alcalde.



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