Gracias por triplicado. Gracias, seguramente, porque se marcha de una vez y para siempre. Aún así, el marrón que deja antes de irse es, más que preocupante, un verdadero lastre para que su partido pueda superar con éxito la difícil prueba de volver a ganar las municipales en Sevilla y retener la alcaldía de la ciudad. De ahí que no entienda tantas gracias por la boca pequeña, cuando en los mentideros del socialismo sevillano están más que hartos de él.
Gracias que huelen a adiós y a despedida, triste ciertamente, para la única persona que ha conseguido ser alcalde de esta singular ciudad por tres mandatos consecutivos. A Monteseirín le ha sobrado tiempo a espuertas y buena parte de esos estrechos colaboradores que lo han enfrascado en atolladeros de los que difícilmente se puede salir sin dejarse buena parte de la piel en el intento.
La mayor desgracia de un político es haber sido capaz de hacer grandes cosas y verse obligado a salir por la puerta falsa del escándalo y la desaprobación. Él ha conseguido lo uno y lo otro, muy a su pesar, hasta tal punto que provoca un fuerte rechazo incluso entre la bancada de votantes socialistas.
Es la consecuencia de gestionar de mala manera proyectos que se soñaban emblemáticos y de una nefasta coreografía de adeptos y estómagos agradecidos alrededor, a los que les ha importado un bledo siempre el interés público y en los que predomina ese miserable afán de permanecer en el poder como sea. El responsable último de la perpetuación de este tipo de individuos en cargos públicos de relevancia no es otro que el propio alcalde. Ahora llegan los tiempos de saldar las cuentas y las cuentas no cuadran.
El nuevo candidato, Juan Espadas, aboga por una campaña limpia. Sería un estupendo arranque que, para comenzar, empezara por limpiar su propia casa de tanto matorral que ensucia y no permite ver con claridad el horizonte. Sevilla depende de ello.
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