¡Ay, Marcelino, me quedo con tu vida mejor que con tu muerte!, como ha escrito don Ricardo. Toda honradez, integridad, trabajo y lucha, que no porque lo diga Zapatero menoscaba tu figura.
Pero Marcelino, ante tu cuerpo presente debo reconocer que nos la metieron doblada, amigo. Tanto sacrificio para no poner en peligro la transición, tanta moderación en las exigencias que nos separaban distancias abismales de los países civilizados, tanta cautela para alcanzar ese loado sueño de equipararnos al resto de los trabajadores de Europa, en salarios y derechos, en condiciones de trabajo, en prestaciones y en todo lo demás.
Y cuando apenas alcanzamos a rozarlo, después de treinta y cinco largos años de entrega, lucha y sacrificio, nos quitan de un plumazo lo poco conseguido y nos dejan con la misma cara de lelo que al niño que le acaban de mangar la paga del domingo. Orquestado todo precisamente por el mismo que ahora te alaba en tu capilla ardiente en lo que ha supuesto una imperdonable maniobra de rendición ante el fuste de los mercados, que no son sino la esencia misma de lo que tú, en tu larga y fatigosa vida, siempre has combatido.
Y encima vas y te nos mueres, Marcelino. Lo que yo te diga, camarada, que nos la han colado bien colada.
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