No deja de sorprenderme que tras unas obras que arrancaron en 2006 y que primero deberían haber finalizado en junio de 2007, luego en la primavera de 2008, después a finales de 2009, más tarde a primeros de 2010, ahora a finales de este año, aunque hay quien asegura que pasará la primavera de 2011 y todavía no estarán concluidas, un proyecto megalómano que ha tenido un sobrecoste de 90 millones de euros, el 50,17% más de lo establecido inicialmente, y que parece eternizase irremisiblemente, no se haya producido ninguna investigación oficial, ninguna dimisión ni requerimiento a la empresa adjudicataria, Sacyr, para que dé explicaciones. Sólo amagos que se vislumbran como palos al aire que no conducirán a ningún sitio.
Y todavía hay quien pone en duda que éste no es uno de los mejores ejemplos de cómo puede ser de nefasta la gestión de un proyecto público.
La soledad del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, con su proyecto emblema es desoladora y no es más que el fiel reflejo de la soledad de un político frente a su propio partido, que ya hace tiempo que lo abandonó a su suerte.
Era la consecuencia previsible de años de duro enfrentamiento interno y una retahíla de desautorizaciones y pasos cambiados que al final han acabado por pasarle factura. Montesirín es un cadáver político al que le cuesta incluso respirar durante la letanía de su última cuesta abajo.
El enfrentamiento (que no existe, por supuesto) con la Junta de Andalucía por la parada del metro en La Encarnación es el mejor ejemplo de la situación que vive el regidor sevillano y el último clavo ardiendo al que se ha agarrado para concluir de una vez un mandato que parece no acabarse nunca.
La Consejería se resiste a darle al alcalde lo que pide. Si lo hiciese, electoralmente no le sacaría rédito alguno. El tanto no podría apuntárselo Espadas, el alcaldable para las próximas municipales –al que por cierto cada día le cuesta más a aparecer en una foto con el actual regidor–, sino un alcalde en escalofriante decadencia que sería incapaz de sacarle rédito político en estos días incluso a la imposible cuadratura del círculo. Es lo que suele ocurrir ocurre cuando tu as ha abandonado la baraja con la que se está jugando la partida.
Montesirín morirá abrazado a sus setas, como Franco lo hizo asido a sus últimas sentencias de muerte. Será su manera póstuma de reivindicarse ante el olvido. Una forma onerosa y ostentosa, como las pirámides faraónicas, y también repleta de irregularidades imposibles de tapar por ninguna variedad de madera de las existentes.
Entre otras cosas porque tal vez una pirámide al estilo de los emperadores egipcios incluso habría resultado bastante menos costosa y sin el farragoso inconveniente de tener que talar árboles innecesariamente para perpetuar el mausoleo.
Hay páginas de la vida que cuesta pasar, pero para un egocéntrico la peor de todas debe ser la hoja roja, aquella donde habita la ignominia.
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