Lo único que le queda por hacer al alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, con tal de inaugurar las atragantadas setas de La Encarnación es colocarse el casco, tirar de palustre y acabar la faena él mismo con sus propias manos.
Tras cuatro anuncios fracasados de finalización de la obra –junio de 2007, primavera de 2008, último trimestre de 2009 y primeros meses de 2010– el regidor no debe confiar nada de nada en el último de ellos, diciembre de este año, dada las insistentes quejas de la empresa constructora, Sacyr, sobre sus problemas de liquidez y financiación para culminar el proyecto. Ello a pesar de que el sobre coste ya se dispara a un cincuenta por ciento más que lo previsto inicialmente.
Ante tamaño nubarrón que se cierne sobre su futuro inmediato (un cuarto anuncio fracasado sería ya algo más que un cachondeo), Monteseirín ha decidido ponerse manos a la obra y nunca mejor dicho.
Carmen Torres informa hoy en la edición de Sevilla de El Mundo que el propio alcalde “ha gestionado personalmente un préstamo para la empresa constructora, Sacyr, que había ralentizado las obras por problemas de financiación”.
Según la periodista, Monteseirín “utilizó toda su influencia política para cerrar el pasado 4 de agosto un principio de acuerdo con Cajasol para que la caja de ahorros sevillana otorgara un préstamo de 12 millones de euros a Sacyr y facilitar así su liquidez”.
Es decir que Sacyr incumple nuevamente una obligación emanada del contrato, donde se estipulaba que financiaría “a su costa parte de la obra a cambio de la explotación de las zonas comerciales durante cuarenta años”, y no sólo se va de rosistas, sino que es el propio alcalde quien se encarga de presionar a una entidad financiera con la que está muy vinculado para sacarle las castañas del fuego.
A este paso, sólo restará subir a los altares a cualquiera que venga a faltarle al respeto de una forma tan vergonzante a esta ciudad. Sobre todo cuando su máximo representante es incapaz de poner en su sitio a quien lo hace tan descarada e impunemente y de paso dilapida una ingente cantidad de dinero público por el camino.
A tenor de lo que está costando el caprichito (y lo que te rondaré morena) y esa benevolencia con que Monteseirín mira para otro lado a la hora de exigirle a la constructora los reiterados incumplimientos en forma de indemnizaciones previamente estipuladas en el contrato, lo que cabe es preguntarse qué le debe el alcalde a Sacyr que con tanto ahínco parece defender sus intereses, por encima incluso de los de la ciudad.
Porque al precio que nos van a salir las dichosas setas, lo raro es que al final no acabemos todos tan empachados como el propio alcalde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario