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10 julio 2010

La sastrería de alcurnia del alcalde de Sevilla

Suele decirse, y es recomendable que así sea, que cuando un partido gana unas elecciones y alcanza una alcaldía, el alcalde es la figura representativa del proyecto que dicho partido tiene para la ciudad. Es como una especie de trabajo en equipo del que el regidor se convierte en su expositor natural.

Este protagonismo, que debiera ser circunstancial, se transforma en especialmente peligroso cuando, por las circunstancias que sean, el alcalde se apropia del proyecto vinculándolo exclusivamente a su persona y el ego, que todo lo digiere con suma facilidad, sufre un ataque progresivo de gula, hasta tal punto que llega incluso a atragantarse.

Un proceso tan singular lo han vivido los sevillanos en primera persona en la figura del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín, cuya evolución en el cargo ha supuesto la metamorfosis de un proyecto gestado en equipo, bautizado como la segunda transformación de Sevilla, en una especie de cruzada personal y megalómana que ha llevado a la ciudad a la ruina. A veces, el afán por ser recordado al precio que sea puede ser la mejor autovía hacia el olvido.

Después de más de una década en el poder, el inventario ha comenzado a chorrear números rojos tras los que se desangran las vidas de miles de sevillanos, que ahora se verán abocados a pagar las consecuencias de los delirios de grandeza de un alcalde cuyas ansias de gloria han hipotecado a la ciudad hasta el tuétano.

Sólo hay que echar un vistazo a las cuentas de las empresas municipales, a la desastrosa situación de la Gerencia de Urbanismo o a cualquier parcela de la gestión municipal para percatarse de que Monteseirín se equivocó gravemente cuando se puso el termómetro él mismo, y no a la ciudad, para determinar cuáles eran sus necesidades más imperiosas, que no siempre tienen que coincidir por fuerza con los abscesos oníricos que sufre uno en los ratos libres.

Monteseirín, en la hora de su marcha, ha terminado por hacer gala del lema que preside su blog personal: “Sevilla es bella porque siempre es nueva”. Lo que ocurre es que a veces es preferible ser juicioso y recurrir a un modesto buen zurcido antes que acudir a una sastrería de lujo para renovar el vestuario y dilapidar de una tacada todos los recursos disponibles. Pero claro, un traje nuevo siempre luce más, a pesar de que después no se tenga dinero para pagarlo. Y así nos va.



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