Si el debate sobre el estado de la nación fuera la final del campeonato del mundo, el partido se prolongaría eternamente y jamás tendríamos campeón del mundo. Aquí ganan todos y nadie pierde, algo casi imposible de por sí en la vida real. Pero no hay nada que nuestros políticos no sean capaces de conseguir.
El de ayer, amén de las típicas escenas de mercadeo infame que suelen acompañar cualquier debate que se precie, fue la fotografía exacta de todo un país. Todos tan contentos, victoriosos, como si hubieran recibido las buenas notas de final de curso y corrieran a enseñárselas orgullosos a sus padres, mientras fuera del hemiciclo un país entero se desmorona ante una crisis que amenaza con desposeernos hasta de la más representativa seña de identidad.
Esto es lo más parecido a un estado de indefensión general. La falta de liderazgo y de determinación política de la mayoría de nuestros dirigentes hacen que los ciudadanos se ahoguen en una apatía laxa que sólo puede traer como consecuencia un debilitamiento de la democracia.
El primer paso para ello, el desmantelamiento progresivo del Estado de Derecho y del Bienestar, ya está dado. Ahora sólo falta que nuestros políticos reconozcan su impotencia visceral y admitan que vivimos bajo una dictadura, la de los mercados, contra la que no es posible luchar y que, de hacerlo, les privaría a ellos de su privilegiado statu quo.
Zapatero, ese gobernante que dejó de la noche a la mañana de ser de izquierdas, ha sido astuto y ha cabalgado a pecho descubierto sobre el discurso de lo que todos dicen por la boca pequeña y en privado y ninguno quiere reconocer en público. Con esa hábil estrategia ha dejado a sus principales oponentes sin cartas para la partida.
Tan sólo una izquierda minoritaria e impotente le ha cantado a la cara las verdades del barquero. Pero esto a Zapatero no le preocupa demasiado, acostumbrado como está a utilizar a la izquierda en exclusivo beneficio personal. Él sabe que la derecha carece de alternativa a su política de recortes, sencillamente porque es la misma que ellos hubiesen llevado a cabo si él no se la hubiera apropiado.
El horizonte que se avecina no puede ser más lúgubre; recortes y más recortes y siempre sobre las capas más débiles. Ahora, ser de izquierdas consiste en parecer más neocón que nadie. Quién lo iba a decir hace unos años.
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