Las ciudades no se gestionan desde las campañas publicitarias, so pena de acabar viviendo para siempre en la falsedad y la decepción. Las ciudades han de gestionarse desde la eficacia, la transparencia y la cercanía a los ciudadanos.
Algo así es lo que le ha ocurrido a la Sevilla de Alfredo Sánchez Monteseirín, la famosa ciudad de las personas, que tras un progresivo alejamiento de esa sacra premisa, ha acabado por convertirse en la ciudad de los eslóganes dejando un fatal poso de incomprensión en la mayoría de los sevillanos.
Hasta tal punto es así, que el propio partido que la gobierna desde hace once años, ahora que ha llegado la hora de relevar al alcalde, reconoce que se ha producido un letal distanciamiento con sus bases fundamentado en dos errores casi de principiante: los repetitivos fallos en la política de comunicación de lo que se está realizando y la total falta de sintonía en la relación cotidiana con la calle.
Se equivoca Zoido cuando afirma que el modelo de ciudad ha fracasado, lo que ha constituido un rotundo fracaso ha sido la inadecuada manera de aplicarlo. Es imposible gestionar una ciudad contra sus propios habitantes y mediante decisiones cuando menos cuestionables que no satisfacen a todos y cuyas consecuencias han de ser soportadas por el conjunto de los ciudadanos a partes iguales.
En Tussam estamos padeciendo los resultados de esa peculiar forma de gobernar, pero desgraciadamente no somos el único colectivo de esta ciudad que está sufriendo los estragos de una manera de gestionar que se derrumba a pedazos por sí sola.
Los ciudadanos sólo tenemos a los políticos que nos representan para influir en las directrices que marcarán el futuro de nuestras instituciones. Es en ellos en quienes depositamos nuestras esperanzas de transformación de la sociedad para alcanzar las mayores cotas de libertad, justicia e igualdad.
Si los políticos nos decepcionan y abandonan a nuestra suerte, la ciudadanía se queda sola en un terreno perfectamente abonado para que florezca la apatía y el distanciamiento de la clase política, abono fértil en el que surge con demasiada facilidad esa clase de personaje que acaba por poner en peligro el régimen democrático y las libertades que conlleva.
Es responsabilidad de los políticos el reconducir esta situación hasta los cauces de la normalidad por el bien de todos y potenciar los cauces de participación ciudadana en las medidas que a todos nos afectan. Sólo así será posible que la sociedad avance en democracia y ciudadanía.
No es la mejor manera de irse la que le ha tocado al alcalde de Sevilla, probablemente tampoco la más justa. Pero si algo es innegable es que ha tenido en sus manos durante un tiempo más que suficiente todas las herramientas necesarias para que no fuera así. Él sabrá por qué ha optado por la opción más complicada.
El paisaje después de la batalla habla por sí sólo: los peores resultados en intención de voto en años, un fluir constante de escándalos y protestas ciudadanas y un abismo casi insalvable de la clase política con la ciudadanía. Reparar ahora el desaguisado se ha convertido en una tarea, más que de políticos, propia de auténticos titanes.
Y lo peor de todo es que por el camino se han quedado demasiados sueños e ilusiones.
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