Qué tendrá Sevilla que a tantos enamora

Al afrontar las pasadas elecciones municipales, los socialistas sevillanos abanderaban dos grandes proyectos que ilusionaban: el de la Gran Sevilla, liderado por José Antonio Viera, secretario general del PSOE de Sevilla, y el proyecto de transformación urbanística de la capital, con la peatonalización como estrella, liderado por Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de la ciudad y por tercera vez candidato al cargo.

Dos proyectos compatibles y hasta complementarios que se encontraban con el mayor de los obstáculos posibles; dos grandes egos contrapuestos. Ocurre demasiado a menudo en política, el lustre de las personas siempre ha de brillar por encima de los intereses generales.

En aquella ocasión se consensuó una lista encabezada por el alcalde secundado por el secretario general, con el resto de puestos repartidos entre los partidarios de ambos. La fórmula no funcionó y a las pocas semanas José Antonio Viera dimitió como concejal dejando al grupo municipal dividido y en manos de una Izquierda Unida que había logrado obtener una cuota de poder impensable, dada la escasa cantidad de votos logrados en los comicios, gracias a las luchas internas de sus futuros socios de gobierno.

El debate de la alcaldía de Sevilla llevaba ya tiempo siendo un quebradero de cabeza para los socialistas sevillanos, pero con el transcurso de la legislatura no iba a remitir, ni mucho menos. A poco más de un año vista de las próximas elecciones municipales sigue estando tan candente como entonces, si no más, y con la sombra permanente de los mismos actores que antaño, salvo Monteseirín.

El deterioro de la figura del Alcalde, al que ya todo el mundo juega a poner fecha de caducidad, ha sido progresivo e imparable, hasta tal punto que ha llegado a abandonar su agenda con tal de desaparecer de la trinchera mediática cotidiana. Esto no ha hecho más que disparar las apuestas sobre su seguro sucesor e incrementar el regocijo de Zoido, que ve apaciblemente desde la otra orilla del poder cómo sus rivales se desmoronan y le ponen a huevo la alcaldía de la ciudad. Las encuestas manejadas por ambos grupos políticos en este sentido son igual de claras y determinantes.

Puestos a jugar a adivinar la fecha en la que el alcalde abandonará su sillón consistorial, comienzan a saltar nombres a la opinión pública sobre las posibilidades para su sucesión, incluido el incombustible Alfonso Guerra, aunque parece ser que va a ser que no.

Mientras tanto la ciudad se precipita por una debacle de difícil retorno. El pacto de gobierno con IU atraviesa sus peores momentos, asaetado por problemas como el de Tussam, y los retrasos en la finalización de las grandes obras iniciadas y los cambios imprevistos en las prioridades municipales no provocan más que incertidumbre en una ciudadanía exasperada ya por su prolongada duración.

Así las cosas, en el panorama municipal pintan bastos. La imagen que se está transmitiendo no es la más adecuada para afrontar una campaña electoral que se prevé dura y con no demasiadas posibilidades, además del agravante de que puede convertirse en determinante de cara a lo que sería la primera derrota socialista en las autonómicas desde que se implantó la democracia en este país.

El tiempo, en este caso, se convierte más en un enemigo que en un fiel aliado, puesto que el aspirante no sólo tendrá que cargar con esta pesada losa, sino que apenas dispondrá de ocasión para al menos darle una manita de pintura.