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02 febrero 2010

La balada de John Free

A John Free le vendieron la democracia como el sistema perfecto. Un macroorganismo en el que impera la libertad individual y donde son las decisiones libres de los ciudadanos las que marcan la pauta del camino que ha de encauzar la sociedad en su conjunto.

Nada más lejos de eso, John Free no tardó en advertir que fue objeto de una venta fruslera de mercadillo de domingo y, a poco que fijó tu atención, descubrió que era más falsa que un euro de cartón piedra.

John se percató de que eso no suponía nada nuevo, ya se ponía en práctica en la Grecia clásica que hizo de dicho sistema de gobierno su emblema para ser distinguida en los anchos canales de la Historia durante el reinado de los tiempos.

Lo cierto es que John vive desde entonces atrapado en un sistema gobernado por una élite minoritaria que hace del sutil manejo del miedo, la inducción al consumo a toda costa en beneficio claro de sus propios intereses, la distracción anestésica y la trivialización de la realidad mediante la manipulación informativa permanente sus señas de identidad.

Esa implantación del pensamiento único, a la que se entrega el sistema en su conjunto con todos sus integrantes empujando hacia el mismo sitio, es la que hace que John Free sea incapaz de percibir la posibilidad de otro mundo diferente al que conoce.

Un mundo donde el poder incuestionable del dinero se posiciona irremediablemente por encima de las ideas y sentimientos de los hombres. Un universo ciego e interesado donde los hombres que piensan que otro mundo es posible, como su admirado Abraham, son considerados elementos heréticos con los que no cabe otra medida que absorberlos, aislarlos o expulsarlos de este paraíso falso y apocalíptico que a tan pocos contenta y satisface.

En esa sociedad de apariencias fútiles, que ha hecho de la posesión y de la riqueza la marca de Caín del triunfador y del consumo su motor incombustible, el tan alabado principio de igualdad de oportunidades acaba por convertirse irremisiblemente en un principio discriminador. John Free lo sabe mejor que nadie, por algo lo ha sentido en sus propias carnes.

Pero lo peor de todo es que ese “rebaño desconcertado”, al que se refería Noam Chomsky y del que forma parte de manera ineludible, ni siquiera tiene derecho a cuestionar el sistema, no ya porque la élite minoritaria y predominante se lo impida, sino porque los mismos integrantes de la mayoría aplastada lo tienen tan asumido que ya lo hacen suyo. Como si alguna vez pudieran tener la más mínima posibilidad de cambiar sus destinos bajo el dominio de una maquinaria tan potente. Pobres ilusos, piensa a veces John Free.

Esta tan cacareada democracia como el régimen ideal y soñado mantiene a John encerrado en una celda transparente de la que apenas se percata. Le impone conductas y modelos que ni siquiera se detiene a analizar si son o no los más adecuados. Y, lo que es peor, le hace creer a pies juntillas que es él quien gobierna la nave y quien tiene las claves para cambiar su rumbo. Nada más lejos de la realidad.

Las ideologías no han muerto como auguraron algunos, ha llegado a pensar John Free, simplemente se han alineado buscando el mismo puerto, como ocurre con todo lo diferente dentro de un sistema que ha hecho del control férreo su seña de identidad. Aquí hasta la discrepancia juega a favor del poderoso. A John le queda poco más que la resignación.

Quienes piensen que en esta ilusión democrática la libertad, como bien supremo, impera por encima de todas las cosas están más que equivocados. La obsolescencia programada no se limita a la producción de objetos, también abarca la fabricación de cierto tipo de ciudadanos, integrados hasta la médula en el sistema, de pronto consumo por su voraz estómago, y que nunca pongan en peligro su estabilidad a prueba de bombas. Ésa es la conclusión a la que ha llegado John Free tras darle demasiadas vueltas al asunto.

Esto en vez de a una verdadera democracia, se decía a sí mismo constantemente, se parece cada día más al caramelo del tonto, sin darse apenas cuenta de que cada vez era más adicto a tan meloso estupefaciente. El engranaje de precisión de la maquinaría no iba a hacer una excepción con John Free.

Y de esta guisa va transcurriendo la triste balada de la vida de nuestro libre amigo John Free.



6 comentarios:

Antonia Hierro dijo...

Quizás pueda parecer muy pesimista la balada, pero algo de eso hay, por no decir que bastante. Saludos

Anónimo dijo...

Ya no hay sociedaddes autoritarias, sino conducidas por unos "valores" compartidos a través de una cultura de masas, en la que "los integrados" (según Eco) son mayoría.
Buen ejercicio, Gregori.
Dan

Gregorio Verdugo dijo...

Antonia Hierro: tal vez los optimistas seamos nosotros intentando querer ver en la realidad lo que no hay.

Gregorio Verdugo dijo...

Dan: no me gustan esos valores, ese curriculum invisible que no están inculcando como se introduce el suero a un hospitalizado.

Anónimo dijo...

A mi tampoco, Gregorio, por eso nos situamos al margen del sistema: para intentar modificarlo con la crítica, la denuncia y la acción, nunca violenta, de la información. Por eso escribes y por eso te leo, compi.
Dan

Gregorio Verdugo dijo...

Dan: me alegro de ambas cosas, de que coincidamos y de tenerte como lector.