Jordi Sevilla, el ala izquierda de la izquierda, ha abogado por abaratar el despido para salvar a la economía española de la debacle. Y con toda seguridad, se ha quedado tan pancho el tío, con dos cojones y que le den a Marx.
Últimamente, cuando uno escucha a estos socialistas modelo salón, tan proclives a dar declaraciones apocalípticas una vez han abandonado sus privilegiados y bien remunerados cargos, ya no sabe si se encuentra ante el discurso de un progresista o ante la verborrea fanática de un conferenciante neocón en el ruedo de la FAES. Puestos a analizar, es más difícil encontrar una diferencia con ellos que derretir los polos.
Claro que Sevilla, en ese obligado período de transición y aclimatación de la causa obrera al cargo ejecutivo en multinacional, se ha olvidado de especificar a qué despidos se refiere. Tal vez haya sentido un poco de vergüenza ajena de afirmar que es necesario despedir gratis o casi a los trabajadores de a pie, mileuristas en su gran mayoría, para que los que gozan de contratos como el que él ha firmado con PricewaterhouseCoopers como consejero especial puedan blindarse convenientemente y coger un “pastuqui” el día que la empresa quiera prescindir de ellos.
Las empresas públicas están a rebosar de este tipo de elementos, que se presentan en las negociaciones de convenio exigiendo flexibilidad y ajustes de productividad cobrando sueldos millonarios y con contratos regidos por blindajes imposibles.
Suele ocurrir con demasiada frecuencia que, cuando el político de turno decide prescindir de ellos, no acostumbra a ser por ineficiencia en la gestión –de ser así no los habrían contratado casi seguro, ya que la gestión en la mayoría de los casos no soporta una auditoría seria- sino porque políticamente interesa o porque ya se han cansado de ellos.
El inconveniente mayor de todo esto es que los blindajes se abonan con dinero de todos los ciudadanos, a lo que hay que sumarle los demasiado frecuentes resultados catastróficos de la gestión durante el tiempo que han permanecido en la empresa. Para colmo, en esta vorágine neocapitalista sin sentido ni finalidad, el despilfarro y el nepotismo les sirve de escaparate para ganar prestigio de cara a la empresa privada.
Ya se sabe, por aquello de que quien se mete en una jaula de leones y es capaz de mimetizarse con ellos y pasar desapercibido, qué no hará dentro de un establo repleto de corderos.
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