“El Parlamento mediático sólo tiene ventajas para los partidos. Facilita su relación con el público, lleva directamente los políticos y sus mensajes a las salas de estar de los ciudadanos y, más allá de la función informativa, los incorpora incluso al esparcimiento familiar. No es seguro que ofrezca también ventajas a los ciudadanos, ni que contribuya a un mejor funcionamiento de la democracia. Es una paradoja que esa proximidad mediática haya devenido en un alejamiento de los ciudadanos, convertidos en el público cautivo de la política espectáculo. Las reglas de la industria audiovisual -impuestas también en la prensa- reducen al mínimo el número de sus protagonistas, exigen la simplificación de los mensajes y priman un efectismo reduccionista de buenos y malos, ganadores y vencedores, guapos y feos, graciosos y patanes.”
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“Se echa en falta aquella cámara de aire que, según Walter Lippmann, debiera de haber entre la política y el periodismo. Aquella distancia, desde la cual, la independencia de criterio podría llevar a adoptar otras medidas y actitudes que las que imponen los partidos. Difícil para el audiovisual público, posible para los medios privados, imprescindible para la prensa en el afán de asegurarse un lugar de futuro en el mercado de la información y evitar la marginación hacia la que se ve empujada. El Parlamento mediático propicia un periodismo de repetición, amplificación y acompañamiento, en demérito del análisis de los hechos, el contraste de las palabras, la verificación de las intenciones, el alcance de los actos y el balance de los programas de gobierno. No parece el mejor camino para garantizar la credibilidad entera de los medios y del sistema informativo, que puede verse arrastrada por el descrédito de la política.”
Más en “El Parlamento mediático”, por Jaume Guillamet.
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