Ayer, después de una jornada larga e interminable, que parecía de lo más normal salvo por lo que ya sabéis, era difícl imaginar que el día me podía deparar dos sorpresas más antes de irme a la cama.
La primera sucedió cuando fui al Sánchez-Pizjuan a ver a mi equipo en copa de la UEFA contra el Partizán del Belgrado. Nada más comenzar el partido, un jugador del equipo rival, el portugués Moreira, se deplomó en el césped a causa de un desfallecimiento. El fantasma de la desgracia de Antonio Puerta revoloteó las gradas del estadio inúndándolas de un silencio espeso, que casi se podía cortar. El partido, a partir de entonces, no fue el mismo, costaba incluso sonar las palmas.
Pero es que cuando llego a casa y me pongo a leer los diarios digitales atrasados, me encunetro con el mal rato que tuvo que pasar un compañero cuando, sin saber cómo ni por qué, un vehículo se estrella contra la trasera del autobús que conducía y fallece el ocupante del mismo.
Todo en cuestión de apenas una hora.
Y es que hay dias que ya les vale, porque su crónica hubiera sido mejor no tener que escribirla.
04 diciembre 2008
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