En los viñedos de Madera y en los campos de melones de Mendota, los inmigrantes ilegales se enfrentan a numerosos obstáculos para recibir atención médica convencional. Los altos costos, el temor a la deportación, las largas esperas para recibir tratamiento médico en las zonas desatendidas y las barreras culturales y de idioma son dificultades difíciles de sortear.
Los curanderos reciben hasta cinco veces al día la visita de trabajadores agrícolas indocumentados que les mendigan la curación de sus dolencias. Se quejan de todo tipo de males, indigestión, erupciones, ataques de pánico post-traumáticos, etc. También tienen que atender las llamadas que reciben desde las casas particulares y que les obligan a cargar sus cajas repletas de pociones y hierbas y atravesar la ciudad para atenderlos, a menudo después de la media noche media noche, para pasar desapercibidos al control de la policía de inmigración.
“He hecho tantas curas que, no es que esté agotada, sino que no tengo tiempo de descansar” –dice Herminia Arenas, curandera de 55 años en Central Valley.
Muchos de los inmigrantes ilegales complementan su atención en ocasionales viajes a México o Centro América, donde buscan medicamentos menos costosos y almacenan los productos farmacéuticos, incluyendo Prozac, Valium y antibióticos, antes de intentar el arriesgado regreso.
“Mientras aquí se paga a un médico 30 dólares por una receta,” –cuenta Rosie Valdominos, una inmigrante recolectora de lechugas- “en México se hacen cargo de ti durante seis meses por tan sólo 500 dólares”.
Es tan alta la demanda de curanderos que éstos han tenido que especializarse. Los sobadores son los encargados de masajear los músculos para paliar el dolor muscular y los hueseros los que disipan los dolores de huesos, todo ello condimentado con las correspondientes raciones de hierbas y conjuros al uso encargadas de devolver al espíritu su equilibrio.
Circulan las historias de personas que murieron por no acudir a una sala de emergencias hasta que fue demasiado tarde. Los funcionarios de salud pública están preocupados porque la falta de acceso a la atención convencional puede contribuir a la propagación de enfermedades contagiosas. El abuso en el uso de antibióticos de una manera indiscriminada y sin dirección facultativa puede acelerar el desarrollo de cepas resistentes.
Aunque algunos tratamientos tradicionales pueden servir de complemento a la medicina moderna, otros, como los polvos utilizados para tranquilizar los cólicos a los bebés que contienen fuertes dosis de plomo, pueden causar un daño considerable.
El alternar entre la curación tradicional y la medicina clínica no resulta tan raro en los inmigrantes. Alrededor de un tercio de los trabajadores agrícolas de California aseguran haber utilizado remedios caseros y uno de cada diez reconoció haber visitado alguna vez a un curandero. El uso es mucho mayor entre los indígenas mexicanos, a causa de sus raíces y tradiciones ancestrales.
“El papel que su cultura médica desempeña en su salud es enorme” –dijo el Dr. Bade, antropólogo de la Universidad Estatal de California San Marcos- “y no sólo para las enfermedades médicas que no conocemos, sino también para las enfermedades clínicas”.
De los 11,1 millones de trabajadores ilegales que se estiman en Estados Unidos, una cuarta parte reside en California y no existe ninguna empresa que cubra sus gastos médicos. Los demógrafos de la salud estiman que de la mitad a dos tercios no cuentan con seguro. Tan sólo las mujeres pueden recibir chequeos debido a la atención prenatal y obstétrica recogida en el marco del programa estatal Medicaid.
Incluso si los trabajadores agrícolas de Mendota pudiesen permitirse el coste de la asistencia clínica, no podrían soportar la pérdida de horas de trabajo que supone el elevado tiempo de espera, de hasta seis horas, para ser atendidos. Situaciones como esta son las que están propiciando un alarmante incremento en la automedicación, donde se aprecia una tendencia al alza de las potentes drogas mexicanas, preferentemente por vía intravenosa.
Un caso a resaltar es el de María Jesús, una joven recolectora de tomates, que acudió a casa de Herminia Arenas, curandera tradicional que emigró de Oaxaca hace 14 años, para someterse a una ceremonia de limpieza de ocho días de duración. Se quejaba de enormes dolores de cabeza desde que sufrió un accidente de coche tres meses antes.
En una clínica de emergencias le habían diagnosticado presión arterial alta y le recetaron pastillas que casi no tuvieron efecto alguno. Tampoco encontraron la razón por la que el pliegue del codo de su brazo izquierdo, donde porta su cubo de tomate, estaba notablemente hinchado.
“Tengo fe en la curandera” –dice María Jesús- “Es por eso que estoy aquí”.
Herminia recogió hierbas de su minúsculo jardín, las mezcló en un cuenco y las roció con una colonia de México. Luego las envolvió en trapos y rodeó con ellas la cabeza, la cintura y las extremidades de María utilizando torniquetes de tela.
“Por favor, bendiga a esta dama” –oró en voz alta- “Coja todos los malos espíritus y ayúdeme a curar con sus manos sanadoras”
Después, acompañada del marido de María, acudió al lugar donde había ocurrido el accidente y excavó un agujero, lo roció de pétalos de rosa, sal y agua bendita que llevaba en una botella de Gatorade. Acto seguido pisoteó la tierra, agitó la vestimenta de María y oró de nuevo para que su espíritu regresara a su hogar.
En los días siguientes, María estaba tranquila y sus dolores de cabeza habían desaparecido como por arte de magia. Lo más seguro es que se los hubiera traspasado a su marido, cuando tuvo que pagar 500 dólares, alojamiento y comida de la esposa aparte, a la curandera por la prestación de sus servicios.
Vía | The New York Times
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