La consciencia cálida de la compaña

Alguien, extremadamente importante en el circuito literario de este país, me dijo una vez en un informe borroso, tras leer mi primera y única novela, que yo era un escritor de culto y que, como es lógico, no convenía publicarme, era mil veces mejor que me enfrentase a mí mismo continuamente, hasta explotar en una regurgitación amorfa o acabar en un psiquiátrico de por vida.

A la larga, resultó que lo que realidad quiso decirme fue que jamás dejara de escribir, que era lo que yo justamente necesitaba, más incluso que publicar, y creo que no le faltaba razón.

Así pues, determiné en un acto de osadía malsana, que escribiría siempre y cuando tuviese algo que decir, pero que no dejaría de escribir jamás –aunque sea con la máquina de escribir oxidada que cada uno llevamos en el interior de nuestras cabezas- , y en ellas andamos, recreando mundos aunque sólo sea para mí mismo, -tampoco me hace falta otra cosa-, sólo saciar este ansia, este mono bendito de coger la pluma y acaballarla hasta donde me lleve, sin más pretensión que hacer el viaje, que hablar sin metas, sin pretender llegar a ningún sitio, a ninguna conclusión, sólo por el puro placer de escucharme, sin intermediarios interesados, y saber de una puta vez dónde carajo se encuentra mi despavorida alma, por si es posible que al fin nos encontremos y conozcamos.

Pero hete aquí que, cuando decidí hacerlo en un blog, gracias a este portátil regalado por la muerte, opté por poner uno de esos cacharritos cibernéticos que cuentan las personas que te leen y, con el tiempo, he descubierto que, a pesar de las sandeces que suelo subir aquí, vosotros estáis siempre ahí, aunque nunca sé cuántos en concreto, pero sí que no puedo considerarme una persona científicamente sola.

No soy capaz de predecir cómo va a afectar eso a lo que escriba, pero lo que no podré afirmar jamás es que soy inmune a la consciencia cálida de la compaña, porque harto de hablar con desiertos, saber que a tu lado vive un grillo, no deja de ser una excelente noticia.