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02 febrero 2015

Un escenario ficticio

En aquel 38 Congreso Federal del PSOE celebrado en el Hotel Barceló de Sevilla Felipe González se movió. Fue el cónclave en el que José Antonio Griñán, por entonces presidente de la Junta de Andalucía designado por el dedo caprichoso de su antecesor, Manuel Chaves, esgrimió aquel concepto que ha pasado a los manuales de la política denominado “neutralidad activa”. 

Griñán junto con su delfín, Susana Díaz, que algún tiempo después le sucedería en el cargo por el mismo procedimiento democrático del dedazo, habían apostado todo o nada a favor de la candidatura de Carme Chacón como nueva secretaria general del Partido Socialista. 

Tan sólo habían transcurrido cinco minutos desde que José Luis Rodríguez Zapatero había iniciado su discurso de despedida cuando Felipe abandonó el plenario y se encerró en una de las habitaciones del hotel. Desde allí, teléfono en ristre, inició la movida. “Esta noche ha sido larga y ajetreada, el hotel habrá hecho un fortunón en cubatas”, resumió un integrante de la delegación de Sevilla.

A la mañana siguiente, durante el recuento, se destapó la sorpresa. Alfredo Pérez Rubalcaba era proclamado nuevo secretario general del PSOE por 22 votos de diferencia. A Griñán y a Susana Díaz se les quedó cara de póker, porque todas las apuestas daban como ganadora a la catalana. Estaban preparados incluso los titulares que lo anunciarían al mundo.

Con aquella jugada, Felipe no pretendió defenestrar la carrera política de la ambiciosa secretaria de organización del PSOE andaluz. Se trató de un simple “hasta luego”. No era su momento y tocaba esperar. Desde entonces hasta hoy, la trayectoria de la sevillana ha sido meteórica y sin ninguna piedra que la obstaculizase.

Ahora, desde la presidencia de la Junta y sin haber pasado todavía por las urnas, su momento ha llegado y puede que Felipe tenga bastante que ver en ello. Al menos es lo que piensan sus hasta hace poco socios de gobierno en la Junta

Susana Díaz ha decidido que es "hora de otorgar voz al pueblo andaluz" para su mayor gloria y adelantar las elecciones autonómicas con el presupuesto del año próximo aprobado y tras romper el pacto de gobierno con Izquierda Unida. Ha soltado lastre.

El calendario de sus aspiraciones personales pasa por un refrendo en las urnas del que aún carece y el ascenso in crescendo que otorgan las encuestas a Podemos le ha dado el último empujón. Susana quiere llegar a Madrid con una victoria, aunque sea pírrica, en la mano para disputarle la presidencia del Gobierno de la nación a Mariano Rajoy. Y sin primarias, a ser posible, o al menos unas en las que no exista el oponente, como las de la secretaría general del partido en su tierra. Es su método preferido.

Las encuestas le vaticinan una victoria por la mínima y sin mayoría absoluta. Un escenario incierto de ingobernabilidad. No importa. La jugada ya está dibujada y en esa decisión es donde Felipe González ha sido determinante, a pesar de que el viejo líder sigue jurando que no es más que “un jarrón chino”. Sin embargo, sus movimientos inducen a otra cosa, a un escenario ficticio. La estación de destino no es la Junta, sino la dirección del PSOE federal.

En el mapa político que esbozan las encuestas, Susana Díaz ganaría las elecciones andaluzas en el último minuto, el Partido Popular quedaría en segundo lugar y Podemos irrumpiría como tercera fuera política a escasa distancia de los dos partidos mayoritarios y relegaría a Izquierda Unida a una presencia casi testimonial.

Dada la imposibilidad de un pacto que garantice la mayoría absoluta, la solución que seguro no ha pensado la dirigente andaluza pasa por un gobierno en minoría. Para la investidura bastaría con pactar la abstención del Partido Popular, que además pondría su granito de arena para sacar las leyes importantes argumentando aquello del sentido de Estado, la responsabilidad y tal. 

Dicha victoria le serviría como trampolín a Madrid, previa designación del sucesor/a en la Junta por su dedo regio, y plantar la batalla a Pedro Sánchez para liderar el partido. El pacto en Andalucía tendría su prolongación en la capital, ahora que está tan de moda de nuevo el pactismo en asuntos de Estado como la cuestión catalana y, por qué no, la batalla anti Podemos para blindar el sistema actual. El culmen sería el ansiado enfrentamiento con Rajoy por la presidencia del Gobierno y llegado el caso agarrarse a la frase mítica de Belmonte antes de saltar al ruedo: “Que Dios reparta cornás, maestro”.

Claro que al tratarse de un escenario ficticio, partimos con la premisa de que no jamás se va a producir. El compromiso de Susana Díaz es sólo con Andalucía.

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