«Desde febrero, produ de marzo, Semana Santa, Feria de Abril, produ de mayo, y la de junio, todo lo debes Alfredín, a la Plaza Nueva hemos de ir, pa que nos pagues, pa que nos pagues, a la Plaza Nueva hemos de ir, pa que nos pagues Alfredín»
Esta tonadilla, ideada con todo el arte por los integrantes del Sindicato Profesional de Policías Municipales de España (Sppme), tiene visos de convertirse en la canción del verano en Sevilla. Lo ocurrido la mañana del viernes en ese corral de comedias en que se ha convertido la Plaza Nueva es sólo una muestra del estado de ánimo de una ciudad acuciada por los problemas y por la incompetencia de un regidor al que el tramo final de su mandato le viene demasiado grande.
Es una irresponsabilidad manifiesta esa táctica ya recurrente del equipo de gobierno local de dejar que los problemas se maceren en su propia salsa, esperando que venga el milagro final que le diga levántate y anda. Eso ya no se le creen ni los más ilusos.
Sevilla no se puede paralizar, los problemas de sus ciudadanos no pueden estancarse en lagunas putrefactas que envenenan la convivencia. Sevilla no se merece un ayuntamiento maniatado por su propia irresponsabilidad y carente de iniciativa de cualquier tipo para dar salida a los problemas cotidianos.
La ciudad vive, como en un cine de verano improvisado, la proyección inaudita de la caída progresiva de un falso imperio construido y mantenido a duras penas durante más de una década. El ocaso de la ciudad de las personas está servido. Y han sido esas mismas personas de Sevilla las encargadas de servirlo en plato frío.
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