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02 agosto 2008

¿Adiós al libro con lomo?

Escribe Juan Varela en el post “El fin de la cultura encuadernada”, publicado en el diario Público:


“El texto ya no es sólo letra. Es una acción, un enlace a otros contenidos, una clave informática y hermenéutica, un elemento de la multimedia. El texto ya no es fin. Es parte del proceso y del código digital. El texto ya no es propiedad sólo de sus autores. También de sus lectores, comentaristas, remezcladores y fans. Somos una sociedad de autores donde el libro y el texto ya no son un objeto (producto) y un fin en sí mismos, sino parte de la cadena de la creación, la comunicación, el conocimiento y la literatura. El texto y los libros son ahora abiertos, conectados, sociales y multimedia. Esa es la gran revolución del texto y el libro.

La revolución digital es un seísmo cultural e histórico como el que la imprenta provocó a la cultura oral. Acaba con medio milenio de cultura del libro y su asociación con la autoría individual, la propiedad intelectual, la obra completa y perfecta al ser encuadernada y comercializada como obra finita. El texto digital es dialógico, dinámico, social, enlazado, abierto y maleable. La obra es movimiento y proceso, como soñaron tantos vanguardistas. La economía de la atención es una cultura de bits y de trozos, fragmentada, sin el recogimiento del papel, pero también de búsqueda, de evaluación individual y social, y de comunicación. Las obras vuelven a ser, como en los viejos tiempos, comentadas y compartidas.”


¿Y qué pasa con la experiencia sensorial de leer un libro entre las manos, de pasar sus hojas de papel fresco con las yemas de los dedos humedecidos, de la fragancia a misterio que desprende su tinta?


Juan Freire lo explica mejor que nadie en su artículo ¿Para qué sirve un libro en la era de las redes digitales?:


<<…en la ficción el cambio es hasta el momento mucho menor y el futuro menos predecible (los factores estético, sentimental y ergonómico juegan un papel mucho más importante y por ahora los medios digitales no han logrado superar la “experiencia del papel”)>>


Las historias tienen vida propia, imposible de encerrar en ningún formato. Para pervivir en el tiempo se instalan temporalmente en la voz de alguien que cuenta, en la pluma y el papel y el teclado y la pantalla luminosa de quien las crea. Pero son conscientes que ésas no son sino plataformas de partida en un viaje que va más allá, que llega hasta las vidas de las gentes y son capaces de influenciarlas. Su futuro inmediato es y ha sido siempre la transformación, la tergiversación incluso inconsciente en su paso de boca en boca, de mente en mente. Para eso no ha hecho falta nunca Internet.


Pretender secuestrar a las historias en un formato único es como querer abarcar el mundo con las manos. Porque las historias, como la vida, están siempre en constante evolución.


¿En qué lugar prefieres guardar las historias que te gustan?

1 comentario:

Tanhäuser dijo...

A mí, el libro me gusta como objeto en sí. No sé si es una actitud un tanto fetichista, pero el olor de las hojas, el ruido suave de las páginas, el orden desordenado de varios libros en una estantería, es algo que me fascina.
Un abrazo