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02 julio 2008

Los periodistas sí tienen futuro

Está más candente que nunca el debate sobre el futuro de los medios. La red, y los periódicos tradicionales, se llenan de voces lanzando vaticinios, unos más catastrofistas que otros, sobre lo que se avecina.

Rupert Murdoch, el magnate de uno de los imperios mediáticos más poderosos y que abarca todo el planeta, defiende que la esencia del periodismo son las primicias y las exclusivas y no esa tendencia a contar todos lo mismo y a la misma hora que parece haberse impuesto en la actualidad.

Roy Greenslade defiende que la verdadera integración es entre periodistas y ciudadanos, en una apuesta firme por la participación en los medios bajo el amparo de las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).

Amy Goodman defiende la necesidad de una alternativa al “paradigma dominante”, que no es otro que una notable disminución de la diversidad de los medios de comunicación y, por tanto, una disminución proporcional en la diversidad de las voces que son emitidas en ellos. Hacen falta medios de difusión honestos y sólidos.

Ben Hammersley, en una entrevista concedida al diario La Vanguardia, defiende que con las nuevas tecnologías todo el mundo puede ser periodista y, paradójicamente, está en contra de los comentarios en las noticias por razones económicas y de ahorro de tiempo.

Ante tal marabunta de predicciones, alguien que como yo está intentando terminar la licenciatura y hacerse un modesto hueco entre el coro de voces, puede sentirse algo desorientado.

Sin embargo, siempre ha habido contadores de historias desde que el mundo es mundo. Y este debate que se eterniza comienza ya a cansarme.

Me parece una muestra de desconfianza en la profesión, en su capacidad de conseguir un medio en el que difundir sus historias. Esas que escriben con la pasión por contar a la que se refería García Márquez.

Este es el mejor oficio del mundo y, por eso mismo, siempre sobrevivirá, sin importar los formatos, ni las tecnologías utilizadas, ni las tendencias economicistas de las inversiones publicitarias. Aunque sea a base de redes de comunicación alternativas.

Porque se nos olvida lo más básico, lo sustancial; que allá donde exista una historia digna de ser contada habrá siempre un narrador dispuesto a hacerlo y unos oídos ansiosos por escucharla.

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