Confundir una parte de la ciudad con el todo es un grave error en la gestión de un alcalde que se precie. Si además esa parte es significativa de un sector minoritario de la urbe que se guía exclusivamente por intereses particulares, más aún. Es lo que le ha ocurrido al metonímico Juan Ignacio Zoido, alcalde de Sevilla.
Lejos
de convertirse en el alcalde de todos los sevillanos, como prometió, las
decisiones de Juan Ignacio Zoido al frente del Consistorio sevillano se han
caracterizado por beneficiar casi siempre los intereses nada espurios de
determinados grupos de presión —lobbies los llaman— que rara vez tienen que ver
con el interés general de la ciudad.
Se
ha podido comprobar hace uno días, cuando aprobó las ordenanzas de ruido y de
residuos por asalto y sin avisar y al poco tiempo se mostró dispuesto a
negociarlas con el sector hostelero para flexibilizarlas y adecuarlas a sus
intereses. Este modelo de “ordenanzas a la carta” y esa permeabilidad a la
opinión de los afectados no se ha aplicado por igual en un tema tan escabroso y
que escalda a toda la ciudadanía como el de la zona azul. Por poner un ejemplo.
No
es nada nuevo. Ya en el inicio de su mandato esbozó que ésas iban a ser las
directrices que marcarían su cuatrienio cuando derogó el plan centro sin alternativa
alguna para el modelo de movilidad de la ciudad a instancias de los
comerciantes de Aprocom. La segunda parte de ese maquiavélico plan todavía no
se ha consumado —construir aparcamientos subterráneos en el casco histórico,
algo prohibido por el PGOU—, pero no tentemos la suerte. Aún quedan diez meses
de mandato.
Tres
cuartos de lo mismo ha ocurrido con la política urbanística, en la que imperan
las modificaciones al gusto de los grandes grupos empresariales y donde ha
conseguido poner de moda un nuevo mantra, el de "complejo comercial, cultural, deportivo y de ocio", que
marcará todo un hito en las futuras planificaciones urbanísticas de las
ciudades más influyentes del orbe. Por no hacer mención expresa para no resultar aburrido de los grandes proyectos del dragado, la
Zona Fanca, los suelos de Altadis o la Gavidia.
Con
el sistema de gestión de la cosa tampoco se iba a producir una excepción. Así,
ha implantado esa nueva figura administrativa denominada “macrocontrato” y que consiste en asignar cantidades millonarias
para tareas, normalmente arrancadas a los servicios públicos municipales, que
son adaptadas de manera providencial en los pliegos a las necesidades de las
grandes corporaciones empresariales y que casualmente luego conllevan enormes
problemas para el ejercicio del obligado control municipal. Y si no que le
pregunten a Vílchez, que de esto sabe tela.
En
definitiva, la Sevilla de Zoido, su Sevilla, se está desvelando como el
compendio de una ristra de intereses de unos pocos que, más que velar por el
desarrollo de la ciudad que nos ampara a todos, tienden a esmerarse en que no
mengue el grosor y la profundidad de su faltriquera.
La pátina de barniz final
al trampantojo se encarga de proporcionarla el periodismo coral con sus
titulares retribuidos, una ventana opaca en la que se ven realidades donde sólo
hay fumatas de color indefinido.
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