La caspa de la aldea túrdula se ha puesto nerviosa. Ha sido
conocerse los resultados de las elecciones europeas y los nervios han aflorado porque avistan en el horizonte no ya tan lejano la posibilidad
de que el populacho pueda tener acceso a realizar alguna transformación en su
Sevilla rancia. Es lo que tiene creerse dueños de algo que no les pertenece.
Lo que Chaves Nogales denominaba “el panderetismo sevillano” está que se sube por las paredes porque
el mapa político de la ciudad ha cambiado y no veas de qué manera. A Zoido
parece no haberle funcionado la atávica táctica de convertir la ciudad en “un inmenso abrevadero”, como diría
Carlos Mármol, un centro comercial “full time” o un descomunal altar al aire
libre. Eso ya no funciona. Tampoco soluciona los problemas reales de la gente.
Y la caspa, la fiel infantería, se ha puesto presta a la faena,
no vaya a ser que nos cambien algo sin darnos cuenta y Sevilla deje de ser
nuestra Sevilla. Esos que cuando alguien se atreve a poner en cuestión su añeja
visión de lo que es una sociedad lo acribillan a improperios y dibujan una
diana mediática en la frente a todo aquel que critica el exceso de liturgia
procesional que padece la ciudad están que no se aguantan porque los ciudadanos,
esos ignorantes de la esencia de su urbe y de sus tradiciones, han propiciado
la irrupción de una opción política inesperada y que pone en serio peligro su
inmemorial status quo.
Como buen tercio de Flandes que se preste, la caspa ha
comenzado a cargar los titulares y apuntar al nuevo enemigo del orden
establecido. Porque una cosa es democracia y otra que se les toque los cojones.
Así hoy se ha podido ver a uno de los pseudo-literatos del régimen escribir
“Bebamos” para referirse con sarcasmo pueril y mucha mala leche a
Podemos, la flamante formación que se ha aupado hasta el tercer puesto del
panorama político local fruto del libre deseo popular expresado en las urnas.
En su idílica patria, ya se sabe, la plebe no tendría ni voz ni voto, tampoco
sitio. Aunque ahora toque aguantarse por imperativo legal.
Vendrán más. Porque ellos son los únicos que tienen licencia para difamar y desprestigiar a todo aquel que no piense igual. Porque entre sus filas es permisible llamar “niñata” a una periodista por formular una
pregunta incómoda sobre el rey o que tiene “cara de película porno” a toda una
ministra del Gobierno de la nación. Los abrevaderos del poder exigen esa clase
de abusos cuando tocan tiempos malos.
Y también porque, en el fondo, se la suda aquello de la
soberanía popular y el dictamen de las urnas. Qué carajo, el único voto válido es el suyo.
Que para eso tienen comunicación directa con dios y con el que les paga la
manutención. Con eso sobra. Los voceros del régimen siempre siguen esas pautas,
aunque después se les llene la boca —la chica— con la palabra respeto y otras
sandeces por el estilo. Pobre pellejo el de Podemos.
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