Es
justo reconocer que el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, ha reaccionado
con rapidez y diligencia en el escándalo aireado a raíz de la operación Madeja.
También es probable que no le haya quedado más remedio que hacerlo así, porque
lo que le ha descuadrado lo planes al regidor es algo que nunca se esperaba:
que uno de los suyos de confianza se viera salpicado por la mierda que otro
esputa.
Zoido,
tan avezado en esa táctica de enchufar el ventilador, jamás hubiera pensado que
un asunto que le venía como anillo al dedo para algo tan de su gusto como tirar
de la herencia recibida acabaría manchándole el traje. Y no porque su figura
esté involucrada en la asquerosa trama que se vislumbra campaba a sus anchas
por los pasillos de parques y jardines, sino porque ha quebrado algo tan íntimo
y personal como es la confianza depositada en una persona que en su día aspiró
incluso a dirigir el Partido Popular en la provincia. Pero es que, como todo el
mundo sabe, la confianza a veces da asco.
Que
una banda de bandidos haya campado durante más de una década por una delegación
municipal llevándose por lo bajini contratos millonarios a tutiplén y que nadie
se haya percatado resulta tan difícil de creer como que Luke Skywalker fuese
capaz de vencer al maléfico Darth Vader esgrimiendo un humilde tenedor.
El
silencio de tumba de la oposición municipal en todo este asunto es cuanto menos
sorprendente, si no indignante. Lo mismo puede extenderse a los sindicatos de
la corporación municipal. Que cuando la ciudad está en el epicentro del ojo del
huracán por los diferentes mangoneos que nos asolan, se utilice la vieja
táctica del silencio y de mirar para el otro lado es, cuando menos, de
vergüenza. Es lo que sentirán en estos días la inmensa mayoría de sevillanos de
todas la ideologías.
Es
bien cierto que el alcalde debe una explicación a todos los ciudadanos sobre lo
que está ocurriendo en ese antro de corrupción en el que ha acabado por
convertirse la delegación de Parques y Jardines. Es de esperar que se produzca
cuando la exhaustiva investigación interna que dice haber ordenado alcance
algunas conclusiones.
Pero
la cosa se barruntaba de lejos y por ello también la deben, y no de menor
minuciosidad, todos aquellos que ahora, cuando la sombra alargada de la
podredumbre se extiende sin reparos por la ciudad, callan y posan la mirada en
otros parajes más amables. Porque sería un craso error el convertir en mantra
sagrado la confusión del compañerismo con la complicidad.
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