Son poco más de las ocho y media de la mañana en la Barriada El
Carmen, en Triana, y el termómetro marca nueve grados. En la calle Manzanares,
en una pequeña plazoleta interior conformada por los bloques de viviendas y
presidida por tres brachichiton de cuyos alcorques brotan enormes jazmines, la
gente se apelotona ante la puerta de la torre 9. En un arriate junto al único
banco de hierro existente en el epicentro de la plaza crece a su antojo un
pequeño laurel del que pende una nota escrita en papel en la que se puede leer:
“al que coja una rama del laurel se le va a caer la mano”. Una cuadrilla de
cuatro operarios se afanan en la pintura de la fachada del bloque subidos a un amplio
andamio metálico y una grúa.
Una escalera estrecha y empinada, de escalones desgastados por incontables pasos, conduce hasta el tercer piso. El ascensor no responde a las llamadas. Desde dentro de la puerta A, una voz grave invita a entrar a quienes llegan por el rellano. Al final de un pequeño pasillo que huele a polvo espera sentado Enrique Gutiérrez. La sala apenas puede albergar a la media docena de personas que se agolpan en torno al sillón de su improvisado anfitrión.
Lee la crónica completa en “Treinta días más de incertidumbre paraEnrique y Luisa” en sevilla report.
Magnífico relato que sirve a lo social.
ResponderEliminarMuy bien presentado.
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