Tengo la impresión de que existe un afán generalizado e interesado por pintar adrede un panorama oscuro y tenebroso que nos provoque la percepción de un peligro inminente que nos paralice, a todo el país, para que nos traguemos todo lo que venga sin rechistar. Se trata de revolver el río para que las ganancias sean para los de siempre: los pescadores. Y el miedo es la herramienta idónea para tales objetivos.
Porque el miedo es una emoción primaria que se hace real a medida que su magnitud se corresponde de forma proporcional a la dimensión de la amenaza. Y es algo aprendido desde la memoria del hombre. El miedo sería el mecanismo de supervivencia y de defensa que nos permitiría responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. En este caso, tal vez agarrándonos al sálvese el que pueda y olvidándonos del ataque virulento y general que se está produciendo a la colectividad como tal.
El miedo es el estado afectivo y emocional ideal para la adaptación de nuestro organismo a un entorno hostil como el que se está imponiendo a base de medidas restrictivas que atentan contra el devenir de nuestra vida cotidiana. Y la adaptación se produce por medio de la resignación y la parálisis.
La principal responsabilidad de la propagación de este Estado del miedoestar recae sobre el gobierno de la nación. Las circunstancias para ello no han podido ser más idóneas desde que abrazó el poder; una economía maltrecha y vapuleada por la crisis, una oposición en estado permanente de descomposición y una ciudadanía aletargada y con las manos atadas ante las agresiones continuas y permanentes a las que se está viendo sometida. Si a eso se añade que la ideología del gobierno de turno es neoliberal conservadora, no hay que tener demasiada imaginación para adivinar el estado en que va a quedar el prado tras pasar la manada.
Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad como transmisores de un arma tan poderosa de dominación política y control social. Ellos ayudan a crear los escenarios adecuados que generan la inseguridad suficiente como para apagar, cuando no hacer inviable, la capacidad de respuesta ciudadana.
Visto que desde la oposición la incapacidad de respuesta a la avanzada conservadora es nula de antemano, al menos en su partido mayoritario, ahora le toca el turno a los sindicatos. Y el debate en estos días en las redes es si es o no aconsejable secundar las movilizaciones planteadas por las centrales para hacer frente a la ola de recortes. Hasta el movimiento 15-M, que se ha sumado, lo hace desde una postura crítica.
No conozco de ninguna conquista para la clase trabajadora y para la ciudadanía en general que se haya conseguido sin la participación de las organizaciones de trabajadores. Puede que los sindicatos sean bastante mejorables en su funcionamiento y manera de actuar de hoy día, pero son la única herramienta de la que disponen los trabajadores para defender sus derechos ante enemigos tan poderosos como la patronal y los gobiernos. Prescindir de ellos en esta dura lucha que se avecina sería un suicidio. A pesar de que cambiarlos es una tarea aún pendiente.
El domingo 19 de febrero estaré con los míos, con la #mareadecente de personas cuya única responsabilidad en esta crisis que nos atenaza ha sido no haber parado de trabajar con dignidad para sacar a nuestras familias adelante. Allí está mi sitio. Y por más que algunos cuestionen el papel de las centrales sindicales en este país, sigo convencido que sin organización no hay posibilidad alguna de conseguir avances en la lucha. Porque la tormenta que nos inunda o se para con lucha o no se para. Y no dejaré que el miedo que están tratando de inculcarnos atenace mi voz ni mis ganas de pelear por mis derechos.
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