Mañana fría de sol hoy en Sevilla. Cargados con los aperos nos hemos presentado todo el equipo en el cementerio de Gerena, donde se está llevando a cabo la exhumación de los restos de las 17 mujeres de Guillena, fusiladas en el otoño de 1937 por ser parientes de gentes de izquierdas y arrojadas en una fosa común.
Nos recibieron los mismos olivos con la luz atrapada entre sus ramas desde donde José Domínguez, que por entonces tenía ocho años y jugaba con un amigo en los alrededores, observó todo lo que estaba ocurriendo para después contárselo al profesor Leonardo Alanís Falante.
Vio cómo las mujeres trataban de esconderse entre los nichos para salvarse de las balas y cómo un sujeto apodado “el Moñas” las cogía por los pelos y las colocaba en el lugar adecuado para que las mataran sus verdugos, apostados en la cancela de hierro del camposanto. Eran algo más de una docena, todos falangistas, salvo dos o tres guardia civiles. Hoy José tiene 83 años y su testimonio ha sido determinante para la localización de los restos.
Cuando hemos llegado, un grupo de alumnos de un instituto de Gerena se encontraba visitando el estado de los trabajos acompañados de sus profesores. Juan Luis Castro, el arqueólogo que dirige la exhumación, les explicaba a pie de fosa la historia de estas diecisiete mujeres que el pasado sábado fueron declaradas hijas predilectas de Guillena.
Tras él, el equipo continuaba sus trabajos con normalidad y se veían los restos de 14 de ellas ya localizados y que están siendo organizados para trasladarlos al laboratorio en el que se realizarán las pruebas de ADN antes de devolvérselos a sus familiares. Faltan tres de ellas por localizar aún y se desconoce si están debajo de los restos de las demás o más allá, bajo la hilera de los nichos adyacentes.
La familiar de una de las que se supone no se ha localizado todavía manifestaba en el pasillo entre los nichos su preocupación a Lucia Socam, miembro del equipo de trabajo y vicepresidenta de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica “19 mujeres de Guilena”. “Pero saldrá, te aseguro que la vamos a sacar”, trataba de consolarla.
La fosa tiene ahora mismo una profundidad de unos dos metros y ocupa al ancho todo el pasillo existente entre las dos hileras de nichos que la delimitan. Dos metros de tierra rojiza y de olvido que sólo han podido ser removidos por la perseverancia de unos familiares que no han dudado un ápice en luchar hasta otorgar el homenaje que sus antepasados merecen.
Allí estaban buena parte de ellos, conversando y repasando las penalidades sufridas hasta llegar a ese momento. Contestando a las preguntas que les hacían los periodistas y curiosos que por allí merodeaban. Incluso una pareja bastante joven compartía el hecho de que sus bisabuelas eran dos de las mujeres que allí yacían.
Cuando el arqueólogo concluyó su alocución, y antes de que los alumnos se entregaran a los cuchicheos sobre la increíble historia que acababan de escuchar, comenzó a fluir el suave sonido de una armónica. Eran las notas del Himno de Riego y el intérprete improvisado Francisco Rodríguez Bernal, de 86 años de edad y familiar de represaliados. Cuando concluyó su interpretación emocionada ante el silencio de los asistentes, Juan Luis Castro lo invitó a tomar la palabra para que contara a los asistentes su experiencia al respecto.
Después se acercó a este periodista y le contó la historia de la armónica. Es de fabricación alemana y se la regaló su madre cuando apenas contaba con diez años. De manera autodidacta aprendió a entonar algunas canciones de la época, entre ellas el himno de la república, su favorita. Cuando el levantamiento de 1936, y tras sufrir el latigazo de la represión en su propia familia, su madre se la escondió para que no la tocara y que no pudieran tomar represalias con él. Luego se olvidó de ella durante muchos años. Hasta el día en que su madre falleció que, cuando estaban revolviendo sus enseres, apareció envuelta en una funda de cuero.
Desde entonces, Francisco ha vuelto a retomar su aprendizaje autodidacta del instrumento. Y cada vez que tiene ocasión y acude a la exhumación de los restos de algún represaliado entona el himno de su añorada república. Un sueño que quisiera ver cumplido, pero que el tiempo, con casi toda seguridad, lo impedirá.
No se trata de hurgar en una herida, sino de sanarla y conseguir que cicatrice sin que vuelva el dolor.
ResponderEliminargracias por compartir todo esto!
Lo que no entiendo es que hace un pais como el nuestro casi aceptandoen un silencio temeroso aún ante hechos como que un juez sea acusado por la extrema derecha de investigar sobre estos crímenes y sea sentado en un banquillo para ser juzgado como un delincuente por querer cerrar heridas.
un abrazo
Yo tampoco lo entiendo, megustas, por eso me limito a contarlo, para que no se olvide, para que esté presente.
ResponderEliminarMmm no sé que tan pertinente en este caso es la labor realizada por los medios de comunicación al exponer estas imágenes, es como ahondar en la herida, estos sucesos deberían tener mayor privacidad tanto para las victimas como para las familias
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