Mi obra literaria

09 abril 2011

Democracia secuestrada

No parece importarles demasiado a los políticos el hecho de que se hayan convertido en uno de los tres problemas de mayor importancia para la ciudadanía. La oleada de casos de corrupción con que nos inundan a diario los medios no parece arredrarles en absoluto. Ellos siguen a lo suyo, como quien oye llover y cuando se ven en apuros ante la opinión pública tiran de hipocresía o, lo que es peor, del más descarado cinismo.

Mientras los ciudadanos asisten atónitos a la mayor escalada de corruptelas y amiguismo que ha conocido la democracia española, nuestros políticos actúan como si no fuera con ellos, gastando todas sus energías en el ejercicio sin límites del “y tú más” y sin mirar hacia los adentros de sus propios partido, exiliando por completo un ejercicio sensato de autocrítica que nos dé esperanza a los ciudadanos de que algo tan necesario para la convivencia como la política todavía tiene posibilidades de salvación.

Este escenario se convierte en un escarnio público insufrible en épocas como las que atravesamos, donde una inmensa mayoría de la ciudadanía lo está pasando francamente mal a causa de las decisiones implantadas por esta casta de privilegiados, que se preocupan más por mantener el estatus exclusivo de sus cargos que por el interés general de quienes los eligieron para estar ahí.

El sentido común y la coherencia exigidos a quienes aspiran a representarnos brillan por su ausencia y, como en la antigua mili, se les suponen, sin que rara vez lleguen a demostrarlo en el ejercicio de sus funciones. Porque si ambas cualidades imperaran en la clase política española, sería improbable el espectáculo bochornoso que están ofreciendo.

Los innumerables casos de corrupción que están aflorando a la opinión pública ponen de manifiesto bien a las claras que aquí lo relevante no es el servicio a los demás, sino el servirse de ellos para el interés personal y la ambición política de uno mismo. Y esto incumbe a todo el espectro político con independencia de la ideología, que más bien brilla por su ausencia, y del color de cada cual.

No es de recibo que alguien como Javier Arenas se comprometa a “poner en marcha una campaña por la regeneración de la vida pública”, cuando en su propio partido se da el visto bueno a listas con hasta diez imputados en procesos judiciales que tienen que ver con la corrupción. Como tampoco lo es que Izquierda Unida impulse un “compromiso ético contra la corrupción” que están obligados a suscribir todos sus candidatos y consienta en mantener como candidato a la alcaldía de Sevilla a Antonio Rodrigo Torrijos, imputado recientemente en el caso de la venta de suelos de Mercasevilla, aún a costa del serio peligro de sufrir una grave crisis en el seno de la coalición. Y, por supuesto, lo es menos que el candidato socialista a la misma alcaldía, Juan Espadas, cuya formación se jacta de no llevar ningún imputado en sus listas, justifique la decisión del hasta ahora socio de gobierno en la capital andaluza con comparaciones que ni vienen al caso, ni en rigor son aplicables.

La sensación que nos queda a los ciudadanos ante este espectáculo lamentable no puede ser otra que la de que se están riendo de nosotros en nuestras propias narices. No se trata de condenar a nadie de antemano, ya somos bastante mayorcitos para saber que imputado no es sinónimo de condenado. Tampoco de dudar de la honradez de nadie antes de que existan pruebas que desmonten su inocencia.

Se trata simplemente de exigir un mínimo ejercicio de coherencia política, de cumplir a rajatabla los compromisos que se adquieren libremente ante la ciudadanía. Porque no se pueden lanzar al viento con redobles de campana códigos éticos especialmente diseñados para que después se puedan pasar con una facilidad asombrosa por el forro de los caprichos. Eso es de cínicos, sin más.

La vida política de este país necesita con urgencia un baño de dignidad que la legitime ante los ojos de la ciudadanía. El ciudadano ha de pasar a primer plano e ir restando protagonismo a esos engranajes monstruosos y con realidad paralela propia que son los partidos. El sistema democrático no está ideado para que el poder judicial se convierta en la única esperanza de la ciudadanía a causa de un deseo de justicia e igualdad que rara vez se ve satisfecho.

La democracia está secuestrada. Es hora de ir liberándola de sus ataduras. Y eso no será posible mientras los políticos no recuperen su dignidad ante los ojos de los ciudadanos y éstos no se muestren decididos a exigírselo.



4 comentarios:

  1. Anónimo21:25

    Politicos somos todos, el hombre, decia Aristoteles es un animal politico. La confusion esta entre cargo politico y ciudadano politico. Cuando no existen politicos no hay democracia y este pais tiene amarga experiencia de ello. Como curiosidad podemos observar los alcaldes de Sevilla desde 1900 a 1931. Aristocratas, nobles y ricos burgueses. Y no digamos ya desde 1939 a 1975, donde ser politco era delito de alta traición. Por eso, quien se define como no politico, como ese tal Zoido, lo que esta trasmitiendo es su rechazo a la propia democracia. Los que sean juzgados y condenados por corruptos a la carcel, pero desprestigiar a la politica es retroceder a la sociedad estamental y eso es lo que se pretende desde ciertos sectores mas conservadores del pais. Me imagino a Pablo Iglesias en esas Cortes siendo el unico diputado socialista rodeado de banqueros,obispos, condes y duques haciendo politica. ¿ Vamos a renunciar nosotros 130 años despues a ello por unos golfos? yo al menos no. Y todavía más, jamas voy a introducir una papeleta en una urna que coincida con lo que seguro va a votar en tal fraga. Y a veces, hay que recordar que el derecho al voto es lo unico soberano que tiene un trabajador, sin contar que las mujeres hasta la II Republica ni siquiran podian ejercerlo. No me voy a quedar en mi casa, que es la otra opcion, porque muchos murieron para que yo pueda ejercer ese inalianable derecho, o para que otros voten por mí. La politica no es corrupción, aunque haya politcos corruptos.

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  2. Anónimo22:21

    Pero... ¿Y qué hacer? ¿A quién votar si todas o casi todas las opciones posibles son corruptas o como mínimo están bajo sospecha de la corrupción? Ahora mismo es como si estuviéramos atados de pies y manos sin poder hacer nada para librarnos de esta casta que nos tiene secuestrados con una sociedad adormilada que no parece importarle nada o que sí le importa pero no hace nada por cambiarlo.

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  3. Anónimo 1: la regeneración de la política es ahora más necesaria que nunca, precisamente porque la política es el pilar fundamental de la democracia y de la libertad. Pero esa necesaria regeneración no es posible si los partidos políticos, que son los crisoles donde se forman los líderes políticos, no abren sus puertas de par en par a la ciudadanía y dejan de ser esos entes opacos y de comportamiento extraño que ahora mismo son.
    Además, para el tema de la corrupción, yo implantaría la responsabilidad civil subsidiaria, tal y como existe en la vida real, que consistiría en que los partidos políticos son responsables subsidiarios de las felonías que hagan quienes se presentan bajo sus siglas. Así seguro que se preocuparían mucho más de no llevar golfos en sus listas ni de proponerlos para cargos de responsabilidad de gestión.

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  4. Anónimo 2: aparte de la opción política que daca uno elija libremente, ser un ciudadano activo, no dejar jamás de reivindicar tus derechos y participar en cuantas decisiones sobre asuntos que te afecten puedas. Hay que romper la apatía general que se está imponiendo como modelo y exigir el respeto debido a los ciudadanos. Democracia no es sólo votar cada cuatro años y debemos exigirlo así a diario.

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