Al hilo de lo que contaba “ayer”, y a falta de otra iniciativa lo suficientemente imaginativa como paliar nuestros males, el PP se ha impuesto la ímproba tarea de, ante el estado general de inopia en el que nos vemos sumergidos, “recuperar la concordia nacional”. Entiéndase aquí por concordia ese estado de gilipollez permanente, según el cual, nos dan de hostias cada vez que doblamos una esquina, mientras continuamos embobados y cariacontecidos con las belenes estébanes de turno, los gran hermano de marras y paralizados por completo ante el ataque sin cuartel.
No sé si a causa de un estado momentáneo de éxtasis o preso del arrepentimiento y el remordimiento, a Rajoy se le acaba de ocurrir que es necesario más que nunca superar los enfrentamientos. A fin de cuentas, el teatro no debe nunca sobrepasar el límite de ser una mera representación. ¿Quién puede entender tanto enfrentamiento cuando, en el fondo, todos se dedican a hacer absolutamente lo mismo?
A falta de ideas e iniciativas válidas y viables que nos saquen de la depresión generalizada que nos envuelve, el líder de la derecha española ha optado por convertirnos todavía en más idiotas de lo que ya somos. Y para ello nada mejor que aumentar la dosis de entretenimiento en que se ha convertido la información política, a imagen y semejanza del mensaje imperante con el que invaden cada día las televisiones la intimidad de nuestros hogares.
De ahí que Rajoy se haya propuesto dar el pistoletazo de salida a una “nueva etapa política caracterizada por la concordia” para superar “la división y el enfrentamiento”, no vaya a ser que esta pandilla de pardillos se den cuenta del pastel y nos la líen cuando se crucen con nosotros por las calles. Al parecer, la reconquista a toda costa del poder pasa ahora por posar con el ineludible disfraz de corderito, cuando aquí ya todos tenemos más que claro que nos encontramos ante una fiera manada de lobos hambrientos.
Así que ahora, a las maduras, el campeón mundial de la exclusión se ha propuesto impulsar un proyecto político de “vocación mayoritaria, que represente a todos”, teniendo en cuenta que “mayoritario” en este caso sólo incluye a los que están conmigo. Para todos los demás, Master Card.
La base filosófica sobre la que se sustenta tan innovadora iniciativa es que “muchos españoles creen que el problema que hay en España no es ideológico, sino derivado de la incompetencia de las personas que no han sabido gestionar ni la economía, ni los intereses de los españoles”. Y ahí sí que ha sido claro, porque la ineptitud no entiende ni de ideologías ni de colores, y sin pretenderlo se ha incluido él mismo en el saco de los descerebrados, porque este gobierno que sufrimos ha hecho exactamente lo mismo que hubiera hecho él de estar en su lugar, es decir, hacer lo que le dictan los que en realidad mandan en el tinglado.
La diferencia está en que Rajoy siempre está obsesionado en otorgar un toque personal a sus mensajes, un sello propio que los señale como exclusivamente suyos, y por eso ha diagnosticado con sutileza de cirujano experto que lo que nos falta es “un proyecto compartido que nos una a todos”, donde “todos” siguen siendo exactamente los mismos que en el término “mayoritario”. Por eso no puede evitar ese hálito inconfundible a rancio, a aquel erre que erre franquista del “destino común en lo universal”, con el que nos querían hacer creer que el cuento había cambiado.
Y mientras se entretienen con estas chorradas que no interesan a casi nadie por surrealista e inútiles, la verdadera realidad fluye por los cauces subterráneos de la actualidad sin que apenas se le preste atención, lo que no hace sino certificar que todo está saliendo como estaba previsto desde el principio por quienes manejan el meollo del cotarro.
De manera que cuando se agote el hilo conductor de la retórica política violenta y la gente ya esté extenuada, nos saldrán con un nuevo cuento de Caperucita u otro incalificable secuestro de la población española por otra casta de privilegiados con derecho a desempleo, con tal de que nuestro narcótico entretenimiento no decaiga jamás, no vaya a ser que despertemos y nos demos cuenta de hasta qué punto nos la han colado.
Lo malo es que, como la cosa apunta tan buenos resultados, la falacia se ha hecho extensible a los demás, que se apuntan al carro sin reparos porque los réditos no desmerecen en nada, mientras los medios de comunicación ahondan en su papel de fiel espejo de la táctica de los políticos que nos gobiernan o aspiran a ello.
Don Mariano me ha dejado este fin de semana con la boca abierta al comentar que pedirá la renuncia de las pensiones y los privilegios de los parlamentarios. Dicha promesa ha sido lanzada desde el Hotel Barceló en la convención del Partido Popular. ¿De verdad alguien se lo ha creído?
ResponderEliminarDaniel M. para mí en sólo un brindis al sol. Luego, cuando se alcanza el poder es diferente y muchas de las cosas prometidas se olvidan. Algunas con más facilidad que otras, como ésta.
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