En el PSOE han saltado todas las alarmas. El fuego amigo publica hoy los resultados de una encuesta según la cual el 61% de los ciudadanos desaprueba sus medidas para hacer frente a la crisis y un 81% cree que improvisa. El Partido Popular se sitúa casi cuatro puntos por encima de los socialistas en intención de voto. Toca movilización de cargos para intentar explicar las cosas.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la anunciada subida de impuestos que no convence a nadie, ni a quienes la creen necesaria ni a quienes están en contra. Ayer se produjeron reuniones de urgencia para instar a los cargos públicos a salir a la calle a explicar las medidas del gobierno y contrarrestar los efectos del discurso catastrofista del Partido Popular. A poco que se empeñen, te podrás encontrar a un cargo electo socialista llamando a la puerta de tu casa para explicarte las bondades de unas medidas, cuanto menos difíciles de entender, al más puro estilo de los Testigos de Jehová.
Y eso es lo peor, porque a la dificultad que conlleva el que tengan que convencerte de la credibilidad de las medidas adoptadas contra la crisis aquellos que menos la sufren en primera persona, los que no la van a padecer de manera incruenta en sus hogares y en sus familias, se suma el que es casi imposible que una mayoría de los votantes socialistas se crean que esta subida de impuestos es tan “progresiva y progresista”, tan “de izquierdas”, que no les va a rozar en sus ya mermados presupuestos.
Todo ello tras haber contemplado atónitos e incrédulos cómo se le inyectaban miles de millones de euros a la banca y a las entidades financieras y de que los propios sindicatos –hasta ahora colchón mullido para el Gobierno- hayan tenido que reconocer que afectarán fundamentalmente a las clases medias y bajas.
Como tampoco se ha creído nadie que la Ley de la Memoria Histórica vaya a poner fin a los problemas de convivencia que este país y este pueblo llevan arrastrando setenta años, ni que la Ley de Libertad Religiosa supondrá el empujón definitivo para lograr un Estado Laico que acabe de una vez por todas con la vergonzosa situación de privilegio que tiene la Iglesia Católica en el Reino de España.
Porque es ahí donde Zapatero se desangra en credibilidad, en el avivar las ilusiones de unos votantes que le exigen un giro definitivo hacia la izquierda en su política y que ven en sus promesas un atisbo de esperanza que luego se ve truncado cuando se enfrentan a la cruda realidad de que nada cambia, o cambia muy poco, aunque se pretenda aparentar lo contrario.
La situación es extensible a cualquier comunidad o ayuntamiento donde ahora mismo se encuentren gobernando los socialistas, porque si este partido gana elecciones es fundamentalmente por el esfuerzo de sus militantes y si estos no se creen el discurso de los dirigentes del partido la cosa puede acabar en un divorcio de consecuencias imprevisibles.
No se trata de movilizar a los cargos para convencer a la gente. A los ciudadanos se les convence con ideas y con coherencia política a la hora de llevarlas después a la práctica. Las promesas que se hacen de un color y se van tornando en otro a medida que se van haciendo realidad son la tumba de los líderes políticos.
Este país apostó por una política diferente tras la triste etapa de Aznar. El Partido Socialista fue el elegido para llevarla a cabo. Si desaprovecha la oportunidad, lo único que va a crecer en esta tierra será el escepticismo. Y esto no puede traer otra consecuencia que el ascenso de la derecha al poder.
Aquí, a la inversa que con la mujer del César, no basta con parecer de izquierdas, hay que serlo y demostrarlo con los hechos.
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