Al conservador ABC se le ha soltado la vena belicista. En su editorial de hoy, y también en la columna de alguno de sus articulistas, además felicitarse del anuncio del Ministerio de Defensa de incrementar la presencia de nuestros soldados en Afganistán, han optado por ejercer labores académicas y han sentenciado que lo que hacemos allí es participar en una guerra, ejecutando un paralelismo tan malintencionado como sesgado con nuestra nefasta participación en la guerra de Irak.
Qué fácil resultar entrar en combate desde los titulares de un periódico, donde en vez de sangre todo lo más que se derrama es tinta.
El RAE define guerra como “desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias” o como “lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación”.
Para la invasión de un país inestable o casi inexistente, en el que con alta probabilidad los propios invasores son los causantes de la inestabilidad que lo atenaza, bajo la débil excusa de salvaguardarlo del caos e implantar la sacrosanta democracia, cuando el objetivo real no es otro que repartirse sus riquezas naturales entre los integrantes del ejército salvador y, de paso, dilapidar con profuso oscurantismo miles de millones del erario público en beneficio de unos pocos y sin conseguir en ningún momento que cambien para nada las ancestrales condiciones de miseria de los nativos, para eso la Real Academia de la Lengua Española todavía no ha sido capaz de encontrar la palabra que lo defina.
Las guerras, además de que no las gana nadie, tienen el inconveniente de que, mientras los soldados esquivan las balas, hay otros que lo único que hacen es frotarse las manos.
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