“Muchos de mis amigos decidieron no repetir los viejos modos de su educación en la república independiente de sus casas, e intentaron educar a sus hijos “en libertad”. O sea, con las menores prohibiciones posibles. Nació así lo que algunos psicólogos denominaron el “niño tirano”, al que no se le podía reprender (del cachete ni hablamos), ni levantar la voz, ni llevarle la contraria en exceso porque podría transportar luego el trauma hasta su edad adulta. Ir a sus casas de visita, confieso que era una tortura, no tanto por ver al pequeño tirano pegando patadas a su padre, o insultando impunemente a su madre, chillando y ahogándose en rabietas y mocos, sino por el espectáculo bochornoso de ver a mis amigos, gente ruda en su vida civil, gobernados en su casa por alguien que todavía se hacía caca en los pañales.”
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