Escribe Enrique Dans, a propósito de un artículo en Business Week, en “Activismo y redes sociales: efectos directos e indirectos”
“si bien resulta hasta casi romántico imaginarse a los activistas tirando piedras e incendiando barricadas mientras twittean y suben a la red fotografías y noticias de sus andanzas con sus teléfonos móviles, la realidad es que muy pocos usuarios de estas redes están haciendo uso de ellas desde dentro del país, y que el verdadero núcleo de la revolución se coordina y organiza mediante herramientas convencionales: teléfonos, SMS o simple transmisión de boca en boca. Si la insurgencia iraní tuviese que contar únicamente con los usuarios de Twitter para salir a la calle, el resultado no serían las enormes marchas de apoyo que cubren avenidas enteras, sino más bien un grupo pequeño.”
Me extraña que algunos todavía se sorprendan de que Twitter no repela las pelotas de goma ni las balas de los basiyís, como si fuese la primera insurrección popular que se ha producido en el mundo, con sus víctimas y sus mártires.
Sin estar en Irán y sin conocer de primera mano lo que está ocurriendo, lo cual significa ya de por sí un importante velo de prudencia, la diferencia sustancial está en que ésta ha sido retransmitida en prime time por una red social, mientras que en las anteriores nos tuvimos que contentar con las informaciones proporcionadas in situ por los corresponsales, que en esta ocasión han sido silenciados por la censura oficial.
Si no hubiera sido por las redes, las informaciones sobre la rebelión habrían sido más inconcretas y difusas debido a la férrea tenaza que las autoridades del régimen han impuesto a la prensa. Ésa ha sido la gran revelación de estas protestas; la eficacia indudable del periodismo ciudadano para eludir las medidas de censura oficiales allí donde los medios tradicionales se muestran impotentes.
Pero bajo este panorama informativo subyace una realidad que no es cambiante, que permanece inalterable allá las distancias y los tiempos que corran; los manifestantes, el blanco de la artillería represora del régimen, se enfrentan en plena calle a las fuerzas del orden sin teclados, devolviendo los ataques con piedras y con todo lo que tienen a mano, olvidados por completo de que existen unas herramientas increíbles que retransmiten al mundo entero en cuestión de segundos sus proezas y pesares.
El mundo sólo ha cambiado en lo referente a la velocidad con la que se transmite la información, el derribar a los déspotas del poder continúa siendo, por ahora, una vieja y cara táctica que apenas se renueva con el devenir de los años.
Ahora utilizamos las redes para difundir la información, pero para combatir, para defender nuestros derechos y la libertad, continuamos utilizando la calle, como hace más de dos siglos atrás.
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