La izquierda inexistente

Imagen: El revolucionario

Los socialistas achacan la derrota a la irrupción de la crisis y la endulzan con la perspectiva de que Rajoy sea el candidato que se enfrentará a Zapatero en las próximas elecciones generales.

Pero la percepción que percibo a mi alrededor es que quienes se sienten de izquierdas están más defraudados por la pérdida de un oportunidad inigualable para aplicar políticas de izquierdas, más que por la derrota electoral. Como se lamenta Saramago, la izquierda está “por ahí, humillada, contando los míseros votos recogidos y buscando explicaciones al hecho de ser tan pocos.”

No resulta demasiado alentador contemplar a un partido de izquierdas lanzándose a degüello para salvar a la banca especuladora con el dinero público al mismo tiempo que el país se desangra por el tajo en el cuello del paro sin que nadie tenga el más mínimo interés en detener la masacre. Los intereses de los más débiles siempre son pospuestos y las más de las veces abandonados a su suerte, incluso con las izquierdas en el poder.

La crisis ha resquebrajado la sociedad del bienestar y la izquierda, lejos de consolidarlo con medidas que apunten a un cambio progresivo de sistema económico más justo y equitativo y que evite debacles similares en el futuro, se limita a poner parches de escayola en las grandes mansiones de los poderosos.

La tibieza de las políticas de la izquierda traen este tipo de consecuencias, la desilusión y apatía de muchos ciudadanos que antes veían una fuerza política transformadora donde ahora sólo ven una corriente continuista y apegada al poder.

Era el momento de haber cerrado con valentía y de una vez la herida histórica que arrastra este pueblo desde hace más de medio siglo y la tibieza de nuevo nos lo ha impedido.

Era el momento de haber colocado a la iglesia en su sitio y conseguir que la sustenten aquellos que creen y se sienten parte de ella, pero tampoco convenía por no se sabe qué intereses electorales, mientras el clero sacaba toda la artillería a las calles para oponerse a cualquier medida de progreso que no convenga a sus intereses metafísicos.

Resulta más que sospechoso que los dos partidos mayoritarios, cuyas cuchilladas a la yugular del otro se pueden apreciar sin dificultad desde cualquier punto del sistema solar, sean capaces de ponerse de acuerdo para salvar, de nuevo con el dinero de todos, a las cajas de ahorros en problemas, es decir, al lugar donde sestean a precio de oro muchos de los militantes que los sustentan luego con sus votos en los aparatos de poder de los partidos.

Si nos centramos en las empresas de titularidad pública, más de lo mismo. Se han convertido en residencias de verano donde enviar al cobro las facturas de la medra política del dirigente de turno.

Quienes esperaban que la izquierda transformase la sociedad dormitan ahora en la desilusión permanente desde hace años y ya han abandonado prácticamente la esperanza de los que hoy gobiernan la nave progresista sean capaces de afrontar las mejoras que esta sociedad demanda, de ahí el incremento constante de la abstención y el desencanto de la ciudadanía con la política. El resultado no podía ser otro que la mayor debacle electoral de la socialdemocracia en toda su historia.

Una anécdota que ilustra a manera de ejemplo lo anterior. Cuando la anterior gerente de Tussam dejó el cargo, Alfredo Sánchez Monteserín, alcalde de Sevilla, le dijo que iba a nombrar para sustituirla a “un gerente de derechas”. Fue así como llegó al cargo el ínclito Carlos Arizaga de Pablo-Blanco de eso hace ya más de cuatro años y la evolución de la empresa no ha podido ir a peor. Además de la quiebra técnica ancestral en la que vivimos, las relaciones laborales han sido judicializadas, hasta tal punto que se puede afirmar sin temor a equivocarse que ha desparecido por completo el diálogo, y los resultados de explotación han sido tan nefastos o más que en años anteriores en que ha gobernado la derecha en la casa de todos.

La inmensa mayoría de los trabajadores, con una tradición sindical y de lucha de hace más de cincuenta años, vota izquierda, a gobernantes que en momentos cruciales y de necesidad de cambio se permiten una frivolidad como la que se permitió Monteseirín aquel día y que ahora pagamos todos, entre otros él mismo, porque no sabe cómo quitárselo de encima. El alcalde no pensaba en aquel día en sus administrados, sino en una especie de cábala política que sólo él entiende y descifra no se sabe con qué ocultos códigos.

Saramago lo explica perfectamente: no se puede votar lo que no existe y la izquierda, hoy en día, hace ya bastante tiempo que dejó de existir.

Mucho tendrán que cambiar las cosas para volver a ilusionar a un electorado que empieza a estar cansados de las viejas promesas que jamás se cumplen, porque nunca es el momento político adecuado. Y Zapatero debería tomar buena nota de ello.