“Por supuesto Twitter (y Facebook y los blogs y los teléfonos con cámara) no puede por sí solo ganar una revolución. No puede proteger a sus usuarios de las balas y las cárceles de los gobiernos, tal y como lamentablemente todos hemos visto en Irán. Luchar por la libertad requiere coraje y riesgos que no debemos menospreciar. Pero al menos estas herramientas permiten que los aliados se encuentren unos a otros y que el mundo conozca su situación. Gracias al hecho de que cualquier persona en el mundo (excepto en Corea del Norte) tiene una imprenta y una torre de radiodifusión, pueden estar seguros de que todo el mundo les está mirando.”
Escribe Jeff Jarvis en 233grados.com y tiene toda la razón. Lo único que le falta a las redes sociales para rozar la perfección es la capacidad de derribar dictaduras, entonces nos tendríamos que replantear seriamente la utilidad de los ejércitos, lo que no deja de ser un anhelo para muchos.
Pero lo que es más que evidente es que Twitter ha pasado del sobresaliente en los acontecimientos de Irán y ha demostrado su capacidad para situar en el punto de mira de la actualidad informativa los hechos que se han ido produciendo en un país con una férrea censura, sorteando todo tipo de obstáculos y dificultades. A quienes planteaban serias dudas sobre la capacidad de Twitter para aportar algo de provecho al periodismo se les habrán acabado de disipar en estos días para siempre.
Y luego está la reacción en cadena de Internet, difundiendo los contenidos a la velocidad del rayo por todo el mundo. Un ejercicio de democracia y de información como pocos se han visto y que cada día, afortunadamente, es más frecuente ante sucesos de este calibre.
Las redes se han afianzado como la mejor de las herramientas para dar publicidad y notoriedad a lo que las dictaduras intentan velar con todo su potencial burocrático y censor. Y los ciudadanos han sabido asumir su papel y explotar su capacidad para contar al mundo lo que está sucediendo en el lugar donde viven.
Ha sido un tanto patético observar a cientos de corresponsales de medios inmovilizados por la censura, casi sin saber de qué informar y qué estaba contrastado y qué no, mientras la voluntad y las ansias de libertad de un pueblo inundaba Internet con informaciones, imágenes y vídeos que, quizá sin tanto rigor periodístico algunas de ellas, daban la vuelta al planeta y saciaban la necesidad de información del mundo que estaba al otro lado del teclado. Hasta tal punto ha sido así que incluso los medios tradicionales han tenido que acudir a beber de esas fuentes para poder ejercer su cometido.
Ahora es cuando se puede afirmar más que nunca, sin temor alguno a equivocarnos, que la información está en manos de los ciudadanos y que éstos no están dispuestos a soltarla.
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