“...el hombre masa es el hombre medio, aquel que no se valora a sí mismo, no piensa y se pierde en la inmensidad de la multitud; es además mediocre, vulgar, falto de tradición, auto satisfecho, primitivo, mezquino y brutal. Vive en las masas y éstas están en continua rebelión con las minorías, aunque su rebelión termina en la homogeneidad y en la sumisión al Estado”
Es la esencia de “La rebelión de las masas” de José Ortega y Gasset, que clamaba por el deterioro del individuo y de su libertad individual que se diluye en el concepto de multitud o de masa.
Según él, esto se refleja principalmente en la ausencia de vínculos entre unas personas y otras (el anonimato), la soledad del individuo frente al resto de la sociedad y el Estado, la impersonalidad de las relaciones humanas que provoca la inseguridad, la angustia y la soledad, la pérdida del concepto de autoridad y del sentido de lo sagrado (la secularización), la tendencia a la homogeneidad y la nivelación, la erosión y la desaparición de las asociaciones intermedias, la racionalización aparente a través de las organizaciones burocráticas, el auge de los símbolos, las formas y la imagen y la tendencia a la desintegración.
Esto propició que en los regímenes democráticos, las técnicas de persuasión, la publicidad y la propaganda trabajasen, dentro de la sociedad pluralista y de mercado libre, al servicio de aquellos que venden productos, servicios e ideas.
Por ello era necesaria una opinión pública piramidal cuyo origen estaba en las élites económicas y sociales y desde allí caía a las élites políticas y gubernamentales, para desparramarse después a los medios de comunicación y llegar finalmente a la masa del público.
Lo que se conocía como “la tiranía de la opinión pública” estaba pues debidamente controlada, porque las técnicas de persuasión y el control de los medios de comunicación tenían secuestrada a la opinión.
Así, en la sociedad de masas son menos las personas que expresan su opinión que las que la reciben, el público es una colección abstracta del individuo que recibe impresiones proyectadas por los medios de comunicación de masas; de tal manera que el individuo es difícil o imposible que pueda replicarlas; la realización de la opinión en acción está gobernada por autoridades que organizan y controlan los cauces de dicha acción; la masa no es independiente de las instituciones, al contrario, los agentes de la autoridad penetran en esa masa, suprimiendo toda autonomía en la formación de opiniones por medio de la discusión.
No sé si Internet sirve como terapia para restañar el deterioro de las relaciones sociales de los humanos y salvarlos de su soledad ancestral, pero lo que sí tengo claro es que puede ser un instrumento inmejorable para paliarla.
Como también tengo muy claro que, no es que se pierda el concepto de autoridad y el sentido de lo sagrado, sino que la autoridad misma y la esencia de lo divino y lo humano son cuestionados de forma permanente, desmontando todos aquellos subterfugios que no están sustentados en hechos reales o razonamientos lógicos.
Si la secularización avanza imparable y el laicismo se impone a pasos agigantados no es sino porque quienes han ejercido el poder de la fe durante siglos han abusado de su condición para disfrutar de unos privilegios exclusivos, en deterioro del resto de sus semejantes y en franca contradicción con lo que ellos mismos decían pregonar.
Internet es la expresión máxima de la diversidad, hasta tal punto que, lejos de fomentar la desaparición de las asociaciones intermedias, las impulsa de manera que jamás han tenido la voz y las repercusiones que tienen ahora mismo gracias a esta herramienta.
Además contribuye de una manera notable al desmontaje de esa racionalización única y unívoca que pretende imponerse desde las organizaciones burocráticas oficiales, otorgando voz a quien antes no la tenía para que pueda expresar sus razonamientos y enriquecer el debate.
Es cierto que la red es propicia al enaltecimiento del ego, de los símbolos y la imagen, pero visto desde esta óptica, lejos de desintegrar, fomenta todo lo contrario, puesto que se propugna como el instrumento más cualificado para extender la idea de que eso sólo forma parte del flanco más superfluo del ser humano, destacando la importancia y relevancia de otros valores más preponderantes.
Es ahora y gracias a Internet cuando las técnicas de persuasión, la publicidad y la propaganda están perdiendo buena parte de su efectividad, hasta tal punto que se habla de que tendrán que reinventarse para poder sobrevivir. Y ha sido precisamente porque Internet ha sido un instrumento insustituible para denunciar su sumisión a los poderes fácticos, al igual que ha ocurrido con los medios de comunicación tradicionales.
Ya no tiene sentido una estructura piramidal de la opinión pública, porque Internet se ha encargado de dinamitarla con los cañones de la democratización. Las élites como vigías de la opinión pública han muerto y ha resurgido como ave fénix el criterio personal de cada ciudadano expresado libremente y con muchísimas menos posibilidades de ser censurado.
Ahora, la tiranía de la opinión pública, entendida como el ojo vigilante que no descansa y nunca calla ante los abusos de poder para ponerlos en conocimiento de la ciudadanía y fomentar una opinión pública libre y plural, tiene más vigencia que nunca, sólo que su control ha pasado a manos de los ciudadanos y esto ha propiciado que los poderes tradicionales se sientan un poco huérfanos y les haya costado trabajo reaccionar y adaptarse a la nueva realidad. Ahora, aunque a muchos les pese, es casi imposible secuestrar a la opinión.
Cada vez somos más quienes nos expresamos en la red, quienes se informan de la manera que entienden mejor para sus intereses, quienes replican las versiones oficiales de los medios enriqueciendo la información con nuevos datos y puntos de vista. La discusión y el debate son cada vez más globales. Los agentes de la autoridad encargados de encauzar la opinión por los ríos y afluentes del pensamiento oficial están en el paro técnico.
Porque si algo ha conseguido la red es hacernos más libres y es por ello que estoy tan seguro de que hoy Ortega y Gasset tendría razones más que suficientes para estar muy contento.
PD: Las imágenes que ilustran este post han sido tomadas, por este orden, de Citywiki, el blog de Sebastián Urbina y el blog Mis poetas contemporáneos.
Excelente artículo!
ResponderEliminarSe nota que Ortega y Gasset bebió de las enseñanzas de Nietzsche; el hombre masa o el último hombre, son conceptos más vigentes que nunca.
Un cordial saludo.
nade: gracias, sí, a mí también me ha parecido percibir cierto hálito.
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