“A la hora terrible de los calores se sintió el campanillazo siniestro que despertó a toda la casa. Es cuando la doncella que salió a abrir pasa recado a mi madre, que la buscan. Cuando sale, se encuentra con un hombre y alto, que viene armado y no era raro en aquellos días, que le dice que viene a llevarse a una persona que tienen ustedes escondida en la casa: “García Lorca”. “Aquí no tenemos a nadie escondido. García Lorca es amigo de mi hijo Luis y pasa unos días con nosotros”- le dijo muy enérgicamente mi madre.
En el portal había más hombres, y en la calle también. Según nos dijo Miguel, unos diez o doce en total. Pero Ruiz Alonso fue el que llamó y el que dijo que traía la orden. Luego parece que no había tal orden, ya que mi madre ni la leyó.
Nosotras, muy apuradas, no queríamos que se lo llevaran, y mi madre llamó a Miguel y les dijo que, mientras no hubiera un hombre de la casa, de allí no salía Federico. A poco llega Miguel, ya que el cuartel de la Falange estaba muy cerca de casa.
Entretanto, Federico que se había echado un rato, había oído lo que pasaba. Y Miguel sube por é y le tranquiliza, y le dice que no es nada, que todo es cosa de puro trámite y que cuando vuelva Pepe y vea al Gobernador, todo quedará aclarado. Bajan los dos las escaleras y, aunque Federico está consternado, aparece muy sereno.
Mientras, en el patio, están preparando la merienda. A la invitación de pura fórmula de mi madre a Ruiz Alonso, de si gustaba merendar, éste, ante nuestra sorpresa, tomó asiento y cogió la taza.
Federico no quiso tomar nada ya que cuando él bajó, Ruiz Alonso se había bebido el café. De pie ya todos, empezamos a despedirnos. Es más, cuando nos íbamos a despedir, dijo de modo cariñoso: Bueno, para qué voy a decirles adiós, si dentro de un rato estaré de vuelta. ¿No es verdad?”
Esperanza Rosales, hermana del poeta y amigo de Federico, Luis Rosales.
Extraído del libro de Antonio Ferrera Comesaña “Federico García Lorca. Vida, obra, muerte”, páginas 313 y 314. Muñoz Moya y Montraveta editores. Sevilla 1996.
Gracias Antonio por tu inolvidable testimonio. Plasmo aquí lo que tú mismo me contaste muchas veces que dijo Jacinto Benavente una vez concluida la guerra civil;
“Para dar muerte a un poeta, muerte verdadera; hay que matarle dos veces, una con la muerte y otra con el olvido, que es la muerte completa”
simplemente genial!
ResponderEliminarGracias, anónimo. Es una deuda pendiente que tenía con un viejo amigo que ya no está.
ResponderEliminarUn saludo,