En esta historia, un mismo marrón se rifa entre dos colectivos diferentes. En uno se juzgan ellos a sí mismos, en el otro son juzgados por un tercero, con otros intereses añadidos al de que se haga justicia.
El resultado final es bien conocido; la cuerda se parte por el extremo más débil y a los perjudicados sólo les queda el derecho al pataleo.
Real como la vida misma.
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