Un hermoso limonero de casi 70 años es podado con salvajismo en una de las calles de mi barrio.
Ésa es la noticia.
El origen de los hechos, una linde modificada por acuerdo entre vecinos cuando se construyó la barriada, allá por 1929. Los vecinos enfrentados por un enconado pleito de contigüidad.
El más antiguo, un preboste franquista rayano en la decadencia octogenaria y nostálgico de la desaparición del régimen de sus entretelas, se alza en defensor sorpresivo del desgraciado limonero. El otro, reciente comprador y podador fehaciente del árbol, un especulador inmobiliario inmisericorde que dice defender sus intereses de propietario.
El primero no está acostumbrado a que le lleven la contraria, el segundo suele siempre expresarse mediante sus actos sin vuelta atrás. Una estampa viva del ejercicio civilizado de la ciudadanía.
Mientras se produce el enfrentamiento en mitad de la calle, entre voces e insultos varios, dos patrulleros de la policía y una ambulancia intentando mediar en balde. Entre otras cosas, porque la propia policía desconoce qué ha de hacerse en estos casos de hechos consumados, amén de que no le tomaron declaración al árbol.
Mi sagacidad de periodista hace que acuda de inmediato a las fuentes. Tal vez pueda construir un bonito reportaje de periodismo ciudadano y filmar un vídeo con los vecinos dándose de hostias, mientras el limonero yace lúgubre con sus ramas amputadas mirando al cielo.
El abuelo franquista resume su postura en dos breves palabras; “hijo puta” es todo lo que acierta a decir. El especulador insensible dice que sólo hablará a través de sus abogados. El limonero no está en condiciones de dar su versión de los hechos, durante la poda ha caído su rama de expresión verbal.
Automáticamente me asaltan las dos preguntas de rigor:
¿Convendría enfocar la historia desde el punto de vista del limonero abatido?
¿Es esto que escribo periodismo?
Ésa es la noticia.
El origen de los hechos, una linde modificada por acuerdo entre vecinos cuando se construyó la barriada, allá por 1929. Los vecinos enfrentados por un enconado pleito de contigüidad.
El más antiguo, un preboste franquista rayano en la decadencia octogenaria y nostálgico de la desaparición del régimen de sus entretelas, se alza en defensor sorpresivo del desgraciado limonero. El otro, reciente comprador y podador fehaciente del árbol, un especulador inmobiliario inmisericorde que dice defender sus intereses de propietario.
El primero no está acostumbrado a que le lleven la contraria, el segundo suele siempre expresarse mediante sus actos sin vuelta atrás. Una estampa viva del ejercicio civilizado de la ciudadanía.
Mientras se produce el enfrentamiento en mitad de la calle, entre voces e insultos varios, dos patrulleros de la policía y una ambulancia intentando mediar en balde. Entre otras cosas, porque la propia policía desconoce qué ha de hacerse en estos casos de hechos consumados, amén de que no le tomaron declaración al árbol.
Mi sagacidad de periodista hace que acuda de inmediato a las fuentes. Tal vez pueda construir un bonito reportaje de periodismo ciudadano y filmar un vídeo con los vecinos dándose de hostias, mientras el limonero yace lúgubre con sus ramas amputadas mirando al cielo.
El abuelo franquista resume su postura en dos breves palabras; “hijo puta” es todo lo que acierta a decir. El especulador insensible dice que sólo hablará a través de sus abogados. El limonero no está en condiciones de dar su versión de los hechos, durante la poda ha caído su rama de expresión verbal.
Automáticamente me asaltan las dos preguntas de rigor:
¿Convendría enfocar la historia desde el punto de vista del limonero abatido?
¿Es esto que escribo periodismo?
Me marcho a casa sólo con una foto y la cabeza repleta de dudas.
a favor del abuelo, creo, el limonero lo merece carmen
ResponderEliminarEso mismo hice yo, Carmen.
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